>
La extrema pobreza en la que vivía le hizo pensar a Félix Veglio Schopenhauer (o Helglei) en que sería la práctica del toreo, la que le pudiera sacar de la inopia en la que vivía con su hermana y su madre, que a base de privaciones, de abandono del padre de sus hijos, le obligaba a lavar ropa ajena de los vecinos del barrio de la Barranca del Muerto, en Mixcoac, D.F. Pero esa misma extrema pobreza en la que vivían hizo que la madre empezara por perder la razón, y era común para los habitantes de esa parte de la Ciudad de México, verle caminar por las calles hablando sola, cuando se trasladaba de su humilde habitación que consistía en una choza cubierta con láminas de cartón y piedras encima del techo para evitar que alguna ráfaga de viento se lo llevara de esa humildísima vivienda, cuando salía rumbo a la casa de algunos de ellos que accedían a tomar sus servicios.
Desde luego su apariencia andrajosa, ocultaba quizás una belleza, de pelo rubio y ojos azules. Era muy alta, delgada, aunque su mirada extraviada y su aspecto de limosnera no causaba mucha confianza, pues además se expresaba en español con una dificultad manifiesta, dado su origen alemán y eso a veces era un impedimento de comunicación con el vecindario en el que habitaba aunque algunas almas caritativas, le daban el trabajo que lo hacía bien. Y el 29 de julio de 1923, trajo al mundo a un hijo de bella presencia y cabellos rubios, nació pues en el taurinísimo barrio de Mixcoac en donde nacían los toreros o se hacían en él. Y Félix, andando el tiempo y mirando la extrema pobreza en la que vivía, se decidió a hacerse torero por amor a su madre y a su hermanita menor. Y así cuando apenas contaba con 16 años de edad, vistió por primera vez el traje de luces en la plaza de Tehuacan, Puebla; en calidad de banderillero el 1° de octubre de 1939. Teniendo amigos que deseaban ser toreros, no fue raro que se enrolara con ellos y en alguna tarde fue a dar a la placita "Ford" de por la Calzada a la Villa de Guadalupe y ahí poco a poco se hizo notar por su extremo valor y decisión en lo que hacía, aunque carente de la técnica adecuada. Sin embargo ahí se hizo un ídolo al lado de Luis Procuna Montes "El Berrendito de San Juan", de Fernando López "El Torero de Canela", de Rafael Osorno aquél que se inmortalizara pegando 45 naturales seguidos a un astado llamado "Mañico" y de otros novilleros que llegaron luego a ser famosos toreros en México, D.F. El empresario de la Plaza de Toros "El Toreo" Anacarsis Peralta "Carcho" para sus amigos; asistía con frecuencia a ese lugar en donde entrenaban y jugaban al toro incipientes chamacos que deseaban ser matadores de toros y de entre ellos destacaba Félix que en su palmarés, por aquellos años ya contaba con treinta festejos toreados y fijándose en él, se lo llevó a la Plaza de Toros "El Toreo" de la Colonia Condesa en la capital del país y lo debutó allá el 13 de junio de 1941, bautizándole como "Félix Guzmán" .De esa manera y con su deseo de ser, pronto se distinguía por su valor y entrega, convirtiéndose a poco en un ídolo de la afición taurina de la capital del país, repitiéndolo el empresario por sus actuaciones en plan grande y pronto era el torero favorito de México. Y desde luego la gente que le quería bien, en una tarde de esas en la que había realizado un faenón a un toro de la ganadería de Caltengo, la afición no se conformó con obligarle a dar la vuelta al ruedo en el coso, sino que fue por él al ruedo y lo trepó al tendido en donde de brazo en brazo, y como algo inusitado y nunca más visto, dio; cargado así la vuelta a la plaza en medio de la euforia general. Pero; carente de la técnica necesaria que aprendía a trancos, en cada actuación; de la misma manera sufrió varias cornadas graves, una en el vientre, otra en la boca, pero; como era un novillero muy taquillero el empresario iba y lo sacaba materialmente con las heridas aún sin sanar, para ponerlo a torear en otro festejo, lo que nunca debió de aceptar su apoderado "El Chato Armilla". Y el tiempo pasaba y su vida transcurría así y a su lado pasaron en triunfo los Luises Procuna y Briones, Antonio Velázquez, Rafael Osorno, Juan Estrada y otros. Y aquél 30 de mayo de 1943, reapareció aún herido en el coso de la Colonia Condesa alternando con Pepe Luis Vázquez el de Matehuala, S.L.P. y con Arturo Fregoso en la lidia de astados de la ganadería de don Heriberto Rodríguez. El astado llamado "Reventón" muy apenas estiró el cuello y le pegó una cornada en la ingle, sin que gran parte del público se diera cuenta, pues la cornada no era aparatosa ni el momento fue de tragedia.
El chaval siguió toreando impertérrito y en esos momentos nadie intuía que tuviera a la postre tan graves consecuencias. Le metió la espada al toro y por su propio pié se fue caminando a la enfermería de la plaza. Tenía una cornada de 15 centímetros en el Triángulo de Scarpa de la que se dijo tardaría no más de quince días en sanar, salvo complicaciones, según decía el parte médico. Pero; éstas llegaron, y mucho se dijo después si había sido un descuido de los médicos, el caso es que se presentó la septicemia gaseosa que pronto minó su débil organismo y 76 horas después de ser corneado, moría el simpático y juvenil torero. El terrible torrente de mala suerte que le deparaba el destino, no fue soportado por su señora madre que enloqueció, perdió la razón... ¡Un triunfo sensacional que se pagó a un precio demasiado alto!
El ilustre cronista Juan José de Bonifaz Ybarra refiere de esta víctima de la fiesta, que << hijo de alemán e italiana, apellidado Helglei y nacido en Mixcoac (México), figuró siempre en los carteles con el nombre artístico de Félix Guzmán. El 30 de mayo de 1943 torea, junto al azteca Pepe Luis Vázquez y Arturo Fragoso, en la plaza de El Toreo de la capital mexicana. El astado corrido en cuarto lugar, el cárdeno “Reventón”, de la divisa de Heriberto Rodríguez, le hiere en el triangulo de Scarpa del muslo izquierdo y, aunque el correspondiente parte facultativo no es alarmante, fallecería en el sanatorio del doctor Ibarra el siguiente 2 de junio de 1943, al presentarse una septicemia. "
Foto que ilustra ya muerto al infortunado diestro "Félix Guzmán"
Nos cuenta el respetado y muy querido historiógrafo taurino español, don Rafael González Zubieta (el Zubi) en una muy completa editorial de su autoría titulada "Félix Guzmán: La efímera y trágica gloria de un novillero a 70 años de su muerte", que Félix Guzmán pudo ser un matador de toros de los que marcan una época, incluso de haber vivido unos años más podría haber competido con Manuel Rodríguez “Manolete”, pero por desgracia sólo quedó en un valiente novillero que perdió su vida en la plaza del Toreo de la Condesa en México, tras la cornada de "Reventón", un novillo de Heriberto Rodríguez. Su paso por esta profesión dejó honda huella en la memoria histórica de la Tauromaquia mexicana. Tanto, que sesenta años después de su desaparición, su recuerdo aún sigue latente en el pensamiento y en la memoria de los que le vieron torear y en las crónicas taurinas de su país, por su hondo sabor del toreo dramático e infantil de un crío payo, guapo y rubio, que armaba la revolución cada vez que se vestía de luces. Que además tenía pasta de figura y que pago con su vida el intento inconformista de romper con el destino negro que desde un principio le marcaron los hados. El público y la prensa capitalina, tan dados a bautizar de manera especial a sus toreros, le señaló como "El Torero Niño".
La infancia de Félix Guzmán fue difícil, triste y miserable. Su carrera taurina, efímera pero brillante. Toreaba de forma impresionante, con mucho valor, pero pocos recursos, por lo que su toreo resultaba emocionante y angustioso. Los públicos le veían siempre cogido y lo tachaban de inexperto. Pero lo cierto es que causaba sensación una tarde sí y la otra también. Su arte era dramático, con chispazos de pureza clásica, era una auténtica bomba en manos de un chiquillo indoctrino, irresponsable y arriesgado. Su verdadero nombre era Felice Kutmann Schopenhauer y nació en Mixcoac (México) el 29 de julio de 1923. Murió con diecinueve años, casi veinte, casado con su mujer, Carmen Rovira, embarazada de un hijo que finalmente nacería muerto.
El filósofo y pensador alemán Arthur Schopenhauer tenía una visión pesimista y desencantada de la existencia humana. Pensaba que la vida es dolor y que el tedio y el aburrimiento era la base de la sociabilidad de los humanos: “el tedio –decía el filósofo alemán- hace que los hombres, que se aman tan poco entre sí, se busquen incitados por el deseo, lo que produce la cohesión”…. También predicaba en su obra lindezas como que las mujeres eran seres inferiores: “pelos largos ideas cortas…” venía a decir. Nunca se hubiera imaginado el pensador de Danzig (Alemania) que su propio pesimismo impregnaría genéticamente la vida taurina de su sobrino nieto Felice Kutmann Schopenhauer, que vivió en los ruedos la gloria y la tragedia, nunca el tedio, precisamente.
Félix Guzmán, era hijo de padre italiano y madre alemana (hija de un hermano de Arthur Schopenhauer), españolizó fonéticamente su apellido Kutmann cambiándolo en los carteles como Guzmán. José Mª de Cossío dice en su enciclopedia que el apellido de Félix era Heglei, y que era hijo de padre alemán y madre italiana. Ignoro de dónde sacó Cossío estos datos, que yo he recabado de la propia bibliografía mexicana. En todo caso, Félix Guzmán era un joven de tez pálida, pelo rubio y rizado, nariz afilada, tez marmórea y bien parecido. Un ario. Sus rasgos de tristeza infantil, le valieron el apodo del público mexicano de “El Torero Niño”. Su madre, una mujer rubia y alta, desgarbada, de ojos claros, con rasgos típicamente arios, marcó desde niño a Félix, pues se crió en la más absoluta pobreza. Su madre era pobre de solemnidad. Lavaba ropa por horas por las casas y fregaba suelos. Su única esperanza para salir de la miseria era la carrera taurina de su hijo. Los días de corrida, cuando toreaba Félix Guzmán, la mujer pasaba las dos horas que duraba el espectáculo, dando vueltas y más vueltas alrededor de la plaza de toros, a grandes pasos, recitando en voz alta padrenuestros y avemarías, que iba desgranando de un rosario que llevaba entrelazado entre las manos, poniendo mucha atención tanto al rezo como a los murmullos de la plaza, a los olés y a los “aysss”. Cuando surgían estos últimos se abalanzaba a las puertas para preguntar desesperadamente a gritos por la suerte de su hijo. Una vez que sabía que no había pasado nada malo, seguía con sus rezos y sus vueltas a la plaza como un robot autómata, caminando hasta que surgía otro ¡Ay! y se repetía de nuevo la escena.
Félix Guzmán se inició en los toros enrolándose en una cuadrilla de niños toreros que iban de capea en capea, dejándose la vida de “novenario en novenario” por esos pueblos mexicanos, lidiando lo que les echaban: toros criollos, bravos y nobles a veces, y muy toreados y mansos casi siempre. También se enfrentaban a moruchos y cebús de media casta que llegaban al festejo con un historial luctuoso de otras ferias o plazas. Unos comienzos bastante duros y difíciles, pues había que tener una gran habilidad para conservar la vida enfrentándose a estos “pájaros”. Escuela no le faltaba. En 1939 se vistió de luces por primera vez en Tehuacán, en la plaza Ford, semillero de muchos toreros. Se presentó actuando junto a Manolo Urbina y Ángel Procuna “Angelillo”. El turno de gloria comenzó para Guzmán en la plaza de la Colonia de la Condesa el 6 de julio de 1941, lidiando seis novillos de "La Trásquila" con Antonio Rangel y Mario Sevilla padre, con novillos de "Caltengo". Guzmán cortó orejas y rabo, dándose el caso insólito aquel día de ser sacado a hombros, no por el redondel, sino por los tendidos, pues todo el mundo quería aclamar y abrazar al Niño Torero. Toreaba de forma impresionante, con muchísimo valor pero con pocos recursos y poco oficio, circunstancia por la que los toros le pegaban más de la cuenta. Tuvo en su corta carrera muchos percances y cogidas que le pararon sus temporadas y le restaron muchos contratos. Sufrió una herida en la boca y otra en el estómago, pero como tenía mucho tirón con el público, a penas se curaba o estaba mejor de los percances, ya está de nuevo toreando. Salía cada tarde a entregar su vida y rivalizaba así con todos los novilleros punteros de esa época en México: Carlos Vera “Cañitas”, Manuel Gutiérrez “Espartero de Tacubaya”, Pepe Vela o José Antonio Mora “Chatito”. El 17 de agosto de 1941 cuaja una faena extraordinaria al toro Tucito de Rancho Seco, y tras un trasteo recibe una cornada muy grave en el vientre. Corta las dos orejas y pasa a la enfermería. El periódico taurino El Redondel titulaba la edición al día siguiente así: “Faena de milagro de Félix Guzmán”. Tras el parón por esta herida, Guzmán consigue que el 1941 fuera su año cumbre. No ocurrió igual en el 1942, cuando surgen novilleros importantes con los que tuvo que competir como Procuna, Briones, Estrada, Jesús Guerra y Rafael Osorno.
En este clima de gran competencia toreril llega el 30 de mayo de 1943. En los carteles del Toreo anuncian cuatro novillos de Heriberto Rodríguez y dos de "Santín" para Félix Guzmán, José Luis Vázquez (novillero mexicano que realmente se llamaba José Luis Vargas) y Arturo Fregoso. Aquella tarde se le veía a Félix Guzmán impaciente y con ganas de recuperar el tiempo perdido por las cornadas. Iba vestido con un traje de luces burdeos y oro, bordado en cordoncillos de seda blanca. Estuvo muy bien en el primero de su lote, de la ganadería de "Santín". Su segundo fue de la ganadería de Heriberto Rodríguez de nombre Reventón, un cárdeno, bragado y playerón, que a la postre le reventaría la vida. Félix salió muy dispuesto, se lució con el capote y las banderillas. Comenzó la faena de muleta con un pase por alto y luego dos naturales y al dar el tercero, el toro le infirió una cornada en la ingle izquierda. Guzmán continuó toreando dando cojeadas. Era sin duda un torero de casta y rabia. Mató de una certera estocada, y a pesar de estar gravemente herido dio una vuelta al ruedo con sus trofeos y se fue por su pie a la enfermería. El parte facultativo de los doctores Ibarra y Rojo de la Vega decía que había recibido “una cornada de cinco centímetros de extensión y una trayectoria en profundidad de 20, que le llega la fosa ilíaca, siendo el pronóstico grave, que requiere una curación de tres semanas”. Dos días después, el primero de junio, se le declara una gangrena gaseosa y fallece al día siguiente, el día 2 de junio a las 20 horas y 37 minutos, en el sanatorio del doctor Ibarra. Igual que Ernesto Pastor y otros toreros mas, Félix Guzmán murió por descuido y negligencia médica, pues cuando le realizaron la autopsia al cadáver le encontraron en el fondo de la herida varios trozos de la taleguilla.
Su muerte causó hondo pesar en la afición mexicana, donde aun hoy se le recuerda, pues era un torero que apuntaba muy alto. En aquellos días la afición mexicana le dedicó poemas, corridos y artículos necrológicos en los periódicos. Fue una verdadera lástima. De no haber muerto de manera tan trágica seguramente se hubiera cruzado en el camino del cordobés Manuel Rodríguez “Manolete”, pero el destino no quiso que se conocieran. Lo más triste del caso, es que la mujer de Félix Guzmán, Carmen Rovira, que estaba embarazada, dio a luz un mes más tarde y el hijo en el que el torero tenía puestas todas sus esperanzas nació muerto. Todas estas circunstancias llenaron de dolor a la madre del torero que a raíz de esos dos acontecimientos, la muerte del hijo y del nieto, perdió la cabeza y se desquició por completo. Cuentan en México que pasó el resto de su desgraciada vida vagando por las calles de la capital azteca, como una mendiga, preguntando a gritos a todo aquel que pasaba por su lado: “¡Mi hijo!, ¡mi hijo! …¿dónde está mi hijo? La imagen de la madre de Félix Guzmán era desgarrada y patética, modelo y arquetipo para cualquier director de cine neorrealista.