BENJAMÍN DURON " EL CARITAS " (XXXX - 1993)
El 7 de enero de 1993 muere asesinado en la ciudad de Aguascalientes, México, el torero cómico Benjamín Duron “El Caritas”.(Adarbo)
El afamado historiógrafo taurino don Luis Ruiz Quiróz refiere en sus leídas efemérides, que el 7 de enero de 1993 muere asesinado en Aguascalientes el torero cómico Benjamín Duron "El Caritas".
BENJAMÍN DURÓN "EL CARITAS"
La tarde de un domingo desolado de 1972, entramos Jorge Ferreira y yo al Bar Fausto del Hotel Francia de la ciudad de Aguascalientes, que a esas horas, en ausencia de corridas de toros, debería de ser uno de los sitios más solitarios del planeta. No fue así en aquella ocasión. El único cliente que estaba ante una mesa era Benjamín Durón, (a) El Caritas, quien, instalado en esas remotas alturas de la inspiración que nos proporcionan los dolores del alma y que sacan a relucir unos tragos de alcohol, graznaba para sí mismo, la tonada de Alberto Cortés que reza: “Me gusta estar tirado siempre en la arena…”, estribillo que repetía una y otra vez, entre cavilosos silencios que lo remontaban a quien sabe qué territorios del ensueño a los que todos nosotros hemos acudido en algún momento de ensoñación sentimental.
Visto desde afuera, el espectáculo tenía algo de grotesco y de simpático. Habiendo andado nosotros mismos repetidas veces en lo mismo, nos causaba gracia el estado en el que se encontraba nuestro amigo, mismo que, por cierto, no tomó nota de nuestra presencia pese a que le pasamos por enfrente.
El Caritas era un muchacho de cuerpo breve, de rostro feo, pero con una enjundia muy particular para expresarse verbalmente y trabar rápido contacto con la gente, conocida o desconocida, y fue un tipo que cobró rápida celebridad en aquellos tiempos por lo inusitado de su facha y su persona.
Conocí a algunos de sus otros hermanos que estuvieron vinculados con la Secundaria 70. Alberto, uno de los mayores, era todo lo contrario de nuestro personaje: Seco, reposado y de presencia grata, laboraba de profesor de Educación Física en esa escuela en la que yo impartía la materia de Civismo -de Cinismo, me decía mi colega Ramiro Aranda González, el Marqués del Valle de Los Conos- y allí mismo había cursado su secundaria otro de los carnales de menor edad. Tuve conocimiento de que uno más, estudiaba para profesor de deportes en la ciudad de México.
El caso es que El Caritas quería ser torero y a ello dedicaba toda su energía, su voluntad y su quehacer. Ocasión hubo en que el profesor Felipe Pipo Ventura Rodríguez le dio chamba en el plantel secundario, fue una breve temporada en la que se dio a conocer con los muchachos mostrando la facilidad que tenía para comunicarse. Se encargaba de vigilar la puerta, pero le dio por practicar pases toreros a los transeúntes que pasaban por la calle, los cuales se quejaron y fue así que le cambiaron de turno, convirtiéndolo en velador del plantel.
El campeonato de Fútbol de 1970 fue transmitido por televisión y el director de la escuela puso un receptor en el local, con el que el personal pudo ver los partidos. Como parte de los festejos, se realizó una corrida de toros y estaban viéndola cuando se lanzó al ruedo un espontáneo. Del corro de profesores se dejó oír la voz de Alberto que gritó: “Es mi hermano…” y efectivamente, era Benjamín que quería triunfar en los ruedos y se metió de lleno en el festejo mundialista.
Una muestra del pundonor de El Caritas, la da el hecho de que era costumbre que la empresa taurina pusiera a los aspirantes a toreros a vender boletos para las corridas, a lo que el aludido respondía indignado: “Yo no soy boletero, yo soy matador”.
Llevado de su afición, nuestro amigo una tarde se lanzó de espontáneo durante una corrida en la plaza de San Marcos, con tan mala suerte que fue cogido, no por el toro, sino por los cumplidos agentes del orden que lo remitieron a la cárcel de la calle de Colón, en la que coincidían los sujetos a prisión preventiva, los arrestados, los sentenciados y a falta de manicomio, aún los locos, bueno, algunos de ellos, porque otros seguimos sueltos por ahora.
Esta penitenciaria constaba de un patio al que desembocaban unas habitaciones y la zona de distinción estaba compuesta por dos cuartos con ventanas que daban a la calle. En ellos se hacinaban unos quince sujetos por recinto, quienes contaban con cobijas y recibían alimentos y cigarrillos de sus familiares y amigos desde la banqueta.
La suerte de Durón estuvo sellada porque el implacable e inolvidable alcalde Carlos Macías Arellano, impuso el arresto inconmutable de tres días para los transgresores de las corridas taurinas, así que ese fue el tiempo que duró la reclusión del aspirante a matador.
El Caritas no se arredró por el castigo. El lunes, su entusiasmo lo llevó a liderar a todos los reclusos; los puso en fila, ayudó a pasarles lista, los hizo marchar por algunas horas y los organizó en competencias deportivas, de tal modo que se les acortaban las horas disponibles para la ociosidad. Había en el penal unos 110 internos, y todo ocurría ante el pasmo del alcaide y de los custodios que vieron cómo, en el curso de unos cuantos minutos, el penal adquiría la formación de un establecimiento disciplinado en el que el material humano llevaba a cabo tareas inverosímiles, ajenas a la molicie acostumbrada.
Me acuerdo que mi oficina en el Palacio de Gobierno, daba al ala Oriente del edificio y pasillo de por medio, era vecina del penal. Por las noches me llegaban las dolientes notas de alguna guitarra y una voz que entonaba tristísimas canciones que hablaban de sentimientos intensos, y esos cantos que subían por la oscuridad hacia sitios inalcanzables; por lo pronto me caían a mí, dejándome en el alma retorcimientos atroces y un pesar insoportable por esas fatigas del alma que no estamos en posibilidad de remediar. De seguro, este tipo de sufrimientos se calmaban con las acciones que emprendía el torero que había sido sorprendido en la borrasca de su desmedida afición taurina.
Así transcurrieron los tres días del Caritas en la cárcel, y tuvo que salir dejando en los internos, en los custodios y aún en el mismo Presidente Municipal, una cierta desazón porque la pena hubiese transcurrido tan rápidamente. Hubo una sensación de soledad con la libertad de Benjamín y su hazaña pronto recorrió los cafés y los bares y desde luego, los centros de reunión de la torería, que celebró entusiasmadamente las puntadas de uno de sus miembros de número más sobresalientes.
Cabe decir que El Caritas llegó a torear en algunos festivales taurinos, y el público acudía gozoso a ver sus hazañas en el viejo y breve coso de San Marcos. Él se proponía ser una figura en serio, pero sea por su lenguaje muscular, por sus tics nerviosos, por la manera de desplazarse, resultaba un torero bufo que en mucho recordaba a Cantinflas y de allí se originó el apodo de Cantimplas; por más que trataba de igualar a Paco Camino o a Manolo Martínez, sus faenas eran coronadas con el regocijo y las carcajadas del público. Era un cómico involuntario, pero así es el destino, una cosa es la que nos proponemos y otras muy diferentes las que alcanzamos.
Según me refirió el profesor Felipe Ventura, el licenciado Joaquín Cruz Ramírez, vecino de la escuela, un día se fue a quejar porque el velador no lo dejaba dormir. “Es raro, replicó el mentor, si los veladores lo que hacen es dormir”. El caso es que una noche se apareció en la escuela y descubrió que la cancha de básquetbol se hallaba totalmente iluminada y que el tocadiscos hacía sonar a todo volumen música de pasodobles, mientras un grupo de alegres taurinos entrenaba suertes en el coso improvisado, y de allí que el vecindario tuviera festejo hispano nocturno contra su voluntad.
Había un trabajador llamado Pedro que tenía frecuentes disputas conyugales, y muy seguido se veía obligado a pasar la noche fuera de su casa. Así, le pidió al velador que lo dejara trasnochar en la escuela: el solicitado accedió con la condición de que Pedro la hiciera de toro en los entrenamientos, éste aceptó la oferta con el resultado de que durante el día se tenía que esconder para reponer el sueño del que se había privado por la noche, empujando la cara del astado. De todo esto tomó cuenta el director del plantel y dio por terminadas las incursiones taurinas de nuestro personaje.
El Caritas, ante la negativa de los empresarios a darle oportunidades, se declaró en huelga de hambre, la cual duró varios días y un ganadero le regaló un toro. Dice el profesor Ventura que al término del ayuno, el matador había subido tres kilos de peso y que apenas tuvo el cuadrúpedo en su poder, lo vendió y encabezó una ruidosa juerga con sus colegas. Desde entonces, se le cerraron definitivamente las puertas en la plaza de la ciudad.
A consecuencia de ello, El Caritas formó un grupo con El Praga y El Cañas amén de otros taurinos, con los que organizaban un espectáculo que consistía en que convertido en Cantimplas, Benjamín hacía el torero bufo, mientras que El Praga toreaba en motocicleta. Este show lo promovía en el norte de la República y repartían propaganda en las ciudades del sur de Estados Unidos, hasta que la Asociación de Matadores les impidió que continuaran con estas charlotadas. Todavía tuvo Durón arrestos para organizar el grupo de Enanitos Toreros que en el mismo tono festivo, llevaron a cabo espectáculos con toros.
En 1974 me vine a vivir a la ciudad de México y dejé de ver a ese simpático personaje, pero un día, caminando por alguna de esas calles de Dios, me topé con él -con El Caritas, no con Dios, por supuesto. Nos dio mucho gusto encontrarnos. Me platicó que su hermano menor había sufrido un terrible accidente; que practicando gimnasia en la Casa de la Juventud se esforzaba por dominar un salto muy complicado; que su hermano el profesor de Educación Física le había dicho que no lo hiciera hasta que él en una visita posterior, pudiera dirigirlo, pero queriendo sorprender a su instructor con sus adelantos, lo intentó con tan mal resultado que cayó mal, se hizo múltiples fracturas que le iban a dejar paralítico el cuerpo prácticamente desde el cuello para abajo; que estaba internado en el Hospital Colonia de los ferrocarriles y que él, El Cantinflitas, lo estaba acompañando.
Caminamos un buen rato. No recuerdo si me visitó en mi oficina, pero sí que platicamos con amplitud. Me dijo que se había ido a vivir a Ciudad Juárez y a Tijuana, que había andado la legua en ganaderías y plazas de toros; que lo conocían personajes importantes del medio; que en una ocasión un ganadero lo retó a que ante numeroso público, hiciera un salto a la garrocha sobre una bestia, al estilo de los inicios de la tauromaquia. Francisco de Goya y Lucientes nos ha dejado testimonios gráficos de ello, y El Cantimplas aceptó el desafío; realizó la suerte a la perfección sobre un animal inmenso y se ganó una lana.
Durante esos viajes tuvo algún amor y fue al regreso de una gira que nos lo encontramos en el Bar Fausto. Llevaba un traje verde chillante con corbata y, a lo mejor, destinaba sus entrecortadas romanzas a la dama ausente como un juglar abandonado en el laberinto de la vida.
Compré un libro, creo que fue Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, y se lo llevé de regalo al herido al Hospital. Las salas de rehabilitación de traumatología son impresionantes con sus resmas de personas lastimadas, sus tinas de aluminio y el trajinar de paramédicos y pacientes. Obviamente, El Cantimplas se movilizaba con agilidad y las enfermeras le dedicaban sonrisas cariñosas. Imagínense ustedes a este tipo toda simpatía, todo chispa andaluza, en medio de las hieráticas mestizas de la megalópolis, cargando espiritualmente todavía el peso de las piedras con las que construyeron las pirámides. Fuimos con su hermano, lo cubrió con una sábana, lo hizo taquito y en un diestro lance se lo echó al hombro; lo llevó a una tina y allí estuvo haciéndole los complicados ejercicios de rigor, con la maestría que hubiese desarrollado un profesional en la materia. Me acordé de aquellos versos de León Felipe que dicen más o menos: “Para enterrar a un muerto, cualquiera, cualquiera sirve, menos el sepulturero…” aludiendo a que quien hace diario una operación, la realiza rutinariamente. Cantimplas se dolió -me lo dijo- de que la tragedia de su hermano le hubiese ocurrido a una edad tan temprana que le iba a impedir actividades románticas; él, de un alma tan sensual, imaginaba qué tipo de vivencias le iban a estar vedadas a su carnal.
No lo volví a ver. Pasaron los años y en alguna reunión pregunté por este personaje tan pródigo en manifestaciones de vitalidad, de buenos sentimientos y de desprendimiento generoso. Me platicaron que una noche salió de alguna cantina y se fue caminando a su casa, que a lo mejor se equivocó de domicilio, pero que lo encontraron al amanecer en el quicio de una puerta atravesado el vientre por un arma verduguillo.
Se desangró soñando en la noche y no alcanzó a ver la luz del día. Me imagino el cuadro de sus despojos ante el susto de los primeros viandantes matutinos. Nadie que lo vio pudo imaginar que esa cabellera ensortijada, esos párpados cerrados, hubieran pertenecido a un cuerpo tan entregado a los mejores valores del espíritu.
Ojalá que desde el cielo, El Cantimplitas se asome pa’ ver estas líneas que quieren subir a donde está, para hacerle llegar nuestro homenaje cariñoso.
Gracias Cantimplitas, porque te me cruzaste en el camino.
Fuente:
Pluralismo-Aguascalientes: “EL PRI ERA UNA FIESTA”: Cultura aguascalentense en el DF
http://www.pluralismo.mx/ags/opi/col/6186-prifiesta