MIGUEL OLZA ZUNZARREN "VAQUERÍN" (1910 - 1931)
Al respecto de este lidiador, el cronista Juan José Zaldívar Ortega refiere que << Miguel Olza (Vaquerín), matador de novillos, nacido en Pamplona en 1910, falleció en 1931, a los 21 años de edad. El 30 de julio de 1931 toreó en la Plaza de Toros de Calasparra (Murcia), sufriendo una grave cogida en un muslo. Trasladado a un hospital de Madrid, falleció a consecuencia de presentarse en la zona afectada gangrena gaseosa el día 1 de agosto de 1931. Había sido bastante castigado por los novillos, pese a su corta vida profesional, si bien sus condiciones y estilo no auguraban, ni mucho menos, una gran figura. Su primera actuación como tal fue en la Plaza de Toros de Talamanca de la Sierra (Madrid) en 1924. Los años siguientes toreó en Plazas de escasa importancia, y muy frecuentemente en la madrileña de Tetuán de las Victorias, en la que llegó a ser elemento muy útil. El 13 de marzo de 1927 se presentó en la Plaza de Toros madrileña de Vista-Alegre (Carabanchel Bajo), lidiando novillos de Abente. Estuvo valiente nada más. Este año toreó 10 novilladas. El 29-de julio de 1928 se presentó en la Plaza de Toros de Madrid, sin lograr destacar. Cada vez toreaba menos y en festejos de menor categoría, olvidándose casi totalmente su nombre en el mundo taurino. Cuando en 1931 volvió a sonar falleció ese mismo año. "
Por su parte, el erudito taurino Juan José de Bonifaz Ybarra, cita en su obra “Víctimas de la Fiesta”, que << ya con bastante veteranía fue a torear el pamplonés Miguel Olza Zunzanen (Vaquerín) el 30 de julio de 1931 a la localidad murciana de Calasparra. Allí fue corneado seriamente por un novillo de la vacada de García Zeballos y se dispuso el rápido traslado al Sanatorio de Toreros, de Madrid, donde expiró el posterior 1 de agosto al gangrenarse la herida. El apodo que siempre utilizó en los carteles era debido a que, en su adolescencia, cuidó ganado en una finca del conde de la Lisea. "
Nació en Muguetajarra en 1910; un torero que tiene entrada propia en el Cossío. Se llamaba Miguel Olza, pero se incorporó a los carteles con el sobrenombre de “Vaquerín”. Toreó su primera corrida en Talamanca de la Sierra (Madrid) en 1924 y trasteó después con más entusiasmo que estilo en varias plazas de tercera, hasta que un toro lo empitonó mortalmente en Calasparra (Murcia), el 30 de julio de 1931. Su trágica muerte no impidió que la enciclopedia taurina resumiera su trayectoria en términos que quizá se ajusten a lo que hubo, pero que hoy se antojan crueles: "Aunque murió muy joven, sus condiciones y su estilo no auguraban, ni mucho menos, una gran figura". (Fuente: El Pueblo de un Torero- JMC-WebBlog: Cosas de Cumbres)
Miguel Olza Zunzarren "Vaquerín"
http://despobladosnavarra.blogspot.mx/2010/05/muguetajarra.html
Por su parte, el erudito taurino Juan José de Bonifaz Ybarra, cita en su obra “Víctimas de la Fiesta”, que << ya con bastante veteranía fue a torear el pamplonés Miguel Olza Zunzanen (Vaquerín) el 30 de julio de 1931 a la localidad murciana de Calasparra. Allí fue corneado seriamente por un novillo de la vacada de García Zeballos y se dispuso el rápido traslado al Sanatorio de Toreros, de Madrid, donde expiró el posterior 1 de agosto al gangrenarse la herida. El apodo que siempre utilizó en los carteles era debido a que, en su adolescencia, cuidó ganado en una finca del conde de la Lisea. >>
Nació en Muguetajarra en 1910; un torero que tiene entrada propia en el Cossío. Se llamaba Miguel Olza, pero se incorporó a los carteles con el sobrenombre de “Vaquerín”. Toreó su primera corrida en Talamanca de la Sierra (Madrid) en 1924 y trasteó después con más entusiasmo que estilo en varias plazas de tercera, hasta que un toro lo empitonó mortalmente en Calasparra (Murcia), el 30 de julio de 1931. Su trágica muerte no impidió que la enciclopedia taurina resumiera su trayectoria en términos que quizá se ajusten a lo que hubo, pero que hoy se antojan crueles: "Aunque murió muy joven, sus condiciones y su estilo no auguraban, ni mucho menos, una gran figura". (Fuente: El Pueblo de un Torero- JMC-WebBlog: Cosas de Cumbres)
http://despobladosnavarra.blogspot.mx/2010/05/muguetajarra.html
El historiógrafo Mikel Zuza Viniegra, refiere en la revista "Club Taurino", de 2009, que el pasado tres de marzo se cumplieron cien años del nacimiento del torero navarro Miguel Olza Zunzarren “Vaquerín”. Buen motivo para recordar su esforzada trayectoria por el planeta de los toros. Quien habría de ver su nombre anunciado en los carteles de plazas postineras, abrió sus ojos al mundo en 1909 en Muguetajarra, pequeña población en las estribaciones de la peña Izaga, perteneciente al valle de Unciti. Fue bautizado en la aldea cercana de Izánoz (valle de Izagaondoa), y recibió en la pila el nombre de Miguel, que llevaban también su abuelo materno y muchos otros habitantes de la zona, por ser el arcángel quien preside desde su imponente atalaya románica el discurrir vital de sus vecinos. Fue el primer hijo del matrimonio formado por Martín Olza, natural de Lizarraga, y de Alfonsa Zunzarren, natural de Ardanaz. Muy pronto nacerían dos hermanos más: Inocencio y Manuela. En ese mismo entorno en el que muchas generaciones de su familia se habían sucedido, vivieron todos hasta 1916, cuando decidieron trasladarse a Madrid, concretamente a Torrejón de Ardoz, donde don Martín había conseguido empleo en una vaquería, ocupación que andando el tiempo habría de originar el apodo torero de su hijo Miguel. Probablemente el niño llevó siempre dentro de sí la afición taurina, pero es en esos primeros años en Madrid cuando aquella se asienta definitivamente hasta terminar por llevarle, cuando apenas roza la adolescencia y para desesperación de sus padres, a intervenir en capeas y festejos populares donde en alberos improvisados, y ante bestias cien veces toreadas, va dejando muestras de su arte y valor, adquiriendo la experiencia que le permitirá torear en 1924 su primera corrida en la plaza de Talamanca de la Sierra (Madrid), cuando sólo contaba 15 años de edad. Abrirse paso en la profesión no le resultó nada sencillo, más aún en aquellos años en los que la fiesta de los toros vivía su auténtica edad de oro, y los toreros salían hasta de debajo de las piedras. A pesar de ello consiguió ir haciéndose un nombre, y toreó los años siguientes en bastantes plazas, sobre todo en la de Tetuán de las Victorias de Madrid. El 13 de marzo de 1927 debutó en la Plaza de Vista Alegre de Carabanchel, lidiando novillos de Abente que no le permitieron dejar más que pinceladas de su valía. Al año siguiente, el 29 de julio de 1928, consigue alcanzar lo que todo torero sueña: su presentación en la Monumental de Madrid, teniendo por compañeros de terna a José Pastor y a Eladio Amorós. Estuvo tan valiente como de costumbre, y cosechó muchas ovaciones del exigente y entendido público madrileño.
Es a partir del año 1929 cuando los contratos empiezan a acumularse en la taleguilla de Miguel Olza, que llega a torear 30 novilladas, como él mismo reconoce a “Ch.”, crítico taurino del Diario de Navarra, que le entrevista con gracejo en su edición del 24 de diciembre: “Tenemos a la vista una estadística de las treinta novilladas que ha toreado en esta última temporada el torero Vaquerín, un pinturero muchacho con deje madrileño y figura de galán joven de compañía teatral de las caras, que días pasados, cuando vino a visitarnos en la redacción, nos dejó estupefactos al saber por él que era navarro. -¿Pero usted es navarro? –sin querer dar crédito a su acento y a su porte un poco echado “p’alante” que le encontramos. -Si señor, de Muguetajarra. -¿Qué, de ahí, un pueblecito pequeño que hay por Izagaondoa? -Si señor, de ahí mismo, y no crea usted que por casualidad, que mis padres eran también navarros, y hasta mi abuela vive en Idoate. -¡Su abuela! Nunca lo hubiéramos creído. Y, sin embargo, así tiene que ser porque su nombre y sus apellidos no pueden ser más navarros. ¡Como que se llama Miguel Olza Zunzarren! Pues este Vaquerín, desconocido de nosotros como torero porque no le habíamos visto y como paisano porque no nos lo habían presentado hasta ahora, tiene una hoja de servicios sin tacha ni mal remiendo, como para hablarse de tú a tú con las figuras más destacadas de la novillería andante. Total 30 novilladas y 46 orejas. ¡Es un tío!-dicho sea en el tono más elogioso de la palabra. ¡Palabra!
El siguiente es también un buen año para nuestro torero, que en la revista “El Clarín: semanario taurino defensor de la verdad” del 3 de mayo de 1930, contesta de este modo tan torero a la pregunta “¿Cuál ha sido el momento más feliz de su vida?”: -El día en que mi apoderado don Miguel Torres, me dijo que para el año actual había firmado para mí un capicúa: año 30…, 30 novilladas. Y luego las que yo me gane… En esa misma revista, verdadera “hoja de combate taurina”, con cabeceras tan rotundas como éstas: “La propaganda es indispensable para el artista, pero es preciso también arrimarse al toro”, “Exigir chotos es propio de cobardes” o “Quien esté falto de redaños no puede ser torero”, que demuestran que no era publicación que regalase los aplausos fácilmente, se publica unos meses más tarde un reportaje fotográfico sobre Miguel cuyo pie de foto, como puede leerse en la ilustración, es el siguiente: “A los aficionados de paladar, a los fetén que chanelan un rato largo de las cosas de toros, brindamos estas tres fotos, en las que un tal Miguel Olza “Vaquerín”, demuestra lo buen torero que es y la clase de arte que se trae. Con cualquiera de estas tres fotos podría el gran Ruano pintar un cartel soberano que serviría seguramente para demostrar, a los muchos enemigos de la fiesta, que el toreo es un arte magnífico y admirable. Y tanto como lo es: no hay más que ver torear a Vaquerín.” Y nuevamente “Ch.”, en el Diario de Navarra del 2 de septiembre de 1930 se rinde a la evidencia: “Vimos una gran novillada en Calahorra y nos dimos el gusto de ver torear a Vaquerín, un excelente novillero navarro, y pudimos comprobar que todo cuanto se dice de él, en su elogio, no es más que la verdad. Es torero fino, banderillea estupendamente y tiene gran dominio de la muleta y el estoque. En sus toros estuvo trabajador y lucidísimo, siendo ovacionado y premiado con las orejas y el rabo del cuarto de la tarde. Vaquerín es desconocido aquí en Pamplona, a pesar de ser un gran torero, que disfruta de un gran cartel en Madrid. Es un torero de valor y sentido que, como todos, podrá tener más o menos fortuna -esto no depende de la voluntad- pero que siempre sale a la plaza a ganarse a pulso el pan que come. No como otros, que lo roban.” Y el mismo crítico repite su juicio un mes más tarde, el 22 de octubre, cuando describe un encuentro que debió llenar de ilusión a Miguel: “Y a propósito de torero navarro, tenemos que destacar el papel lucidísimo y de confianza que al lado de Marcial Lalanda hizo como sobresaliente suyo el valiente torero navarro Miguel Olza, Vaquerín. Este novillero, que aunque criado y considerado como de Vallecas, es de Muguetajarra –ahí, cerca de Monreal- de padres y abuelos navarros, con familia que aquí reside, es un torero muy cuajado y de los que más se considera en Madrid.” El domingo, en Barcelona, intervino con Lalanda en varios quites y banderilleó superiormente por delante de Marcial y alternando con éste en el último toro, siendo aplaudidísimo. Pues este torero que aquí en Navarra muy pocos conocen, aún está por venir a Pamplona, con las ganas locas que sabemos que tiene por darse a conocer aquí. Ya es tarde para pensar en esta temporada, pero en la que viene, Vaquerín, que es muy buen torero y además torero navarro, será de los que se impongan en todas las plazas que se estimen un poquitín. Y malo será que la de Pamplona cierre los ojos a su propia conveniencia y al interés que hay por verle torear aquí.”
1931 empieza también con fuerza. Debe ser el año de su despegue y también el de la anhelada presentación en Navarra, que parece concretarse con la firma de un contrato para las fiestas de agosto en Tafalla, que quizás le sirviese de puente para alcanzar por fin el acariciado sueño de tomar la alternativa en las fiestas de San Fermín de 1932. Sin embargo, un cruel destino le sale al paso y el 28 de julio ha de torear en la feria de la localidad murciana de Calasparra una novillada de la ganadería de Zaballos. Le corresponde en suerte un torazo enorme, de siete años, de los que no se atreven a torear los ases, y que había sembrado previamente el terror en la plaza al saltar al tendido. A pesar de ello no le perdió la cara y lleno de pundonor lo lanceó bien de capa, pero en la suerte de muleta resultó volteado aparatosamente, y el toro, cebándose con mucho sentido en su víctima, le propinó una tremenda cornada en la parte anterior del muslo izquierdo, con tres desgarros interiores que le produjeron tal hemorragia y desmayo que para reanimarle hubo que inyectarle suero y cafeína en vista de su postración. Fue atendido en la misma plaza por el doctor Serra, que quiso trasladarlo a Murcia, pero la voluntad del diestro fue que le llevasen al Sanatorio del Montepío de Toreros de Madrid, donde fue operado por el doctor Jacinto Segovia, quien al principio creyó que, dada la fortaleza y juventud del herido, su curación sería cosa de 20 días, pero que al no advertir mejoría decidió una segunda intervención que constató la presencia de gangrena gaseosa, certificándose el fallecimiento de Miguel Olza el 1 de agosto, a última hora de la tarde, en brazos de su querida madre y rodeado de su familia y de los miembros de su cuadrilla. Tenía solamente 22 años. Su hermano Inocencio, al que había contagiado la afición, y que servía de sobresaliente en su cuadrilla, afectado por la tragedia cambió los trastos de torear por los fogones y sacó adelante un restaurante en Torrejón que homenajea a su hermano desde su mismo nombre: Vaquerín, y donde a día de hoy sus descendientes, además de servir una comida excelente, siguen manteniendo viva la memoria de uno de los contados navarros que merecen una entrada en el Cossío. Pero don José María se mostró implacable con Miguel Olza, al que tras unos datos bastante inexactos, que contrastan con los que he recogido en este artículo, despachó con un cruel comentario: “Aunque murió muy joven, sus condiciones y estilo no auguraban, ni mucho menos, una gran figura.” En la familia del diestro siempre se ha comentado que ese juicio se debió a cierta inquina personal del escritor al torero, por haberse cruzado una mujer entre ambos, que prefirió antes al matador que al polígrafo. No es fácil saber a 70 años vista qué puede haber de cierto en ello. Lo que sí sé es que nunca han de faltar defensores de la imparcialidad de los criterios taurinos de Cossío, pero que yo estoy obligado a reivindicar la figura y el mérito artístico de Miguel Olza Zunzarren, porque la sangre que empapó la arena de Calasparra es la misma que corre por las venas del que estas líneas suscribe, porque esa abuela que Miguel venía a visitar todos los años a Idoate era también mi bisabuela: doña Manuela Goñi, y porque las fotos y recortes antiguos que mi familia ha conservado desde hace tantos años, junto con los recuerdos de mi padre, Fermín Zuza, primo carnal de Miguel Olza, al que tuvo la fortuna de conocer cuando era niño, son los que me han permitido evocar ahora, cien años después, su estampa de torero de los buenos. Muguetajarra es hoy un despoblado cuyas casas se vienen abajo invadidas por la hiedra, de Izánoz ni siquiera eso queda, pero un poco antes de llegar a la cumbre de la peña, la efigie de San Miguel continúa vigilante en su refugio de piedra. Su expresión parece más grave y sombría desde aquel maldito 28 de julio de 1931, cuando no pudo llegar a tiempo de salvar a su paisano: ¡Calasparra queda tan lejos de Izaga! Pero no por ello olvida a un niño de apenas 7 años que, en el raso de la Cruz, con una manta de pastor por muleta, torea imaginarios morlacos mientras por entre hayas y robles el viento parece entonar “La Gracia de Dios”, y los lirios abanican con su femenino aleteo violeta la faena del maestro en ciernes. Y allá arriba, desde su palco cubierto por bóvedas de cañón y crucería, el arcángel saca de debajo de sus alas tres pañuelos blancos, abriéndole la Puerta Grande.