AGUSTÍN MARROQUÍN (XXXX - 1811)
Fungió como torero en el bajío guanajuatense mejicano en los años previos a la independencia de México y a quien conoció el libertador d. Miguel Hidalgo y Costilla en su faceta como aficionado y criador de toros de lidia. Agustín Marroquín fue liberado de la cárcel, donde se hallaba recluido por la comisión de diversos delitos, por las tropas de Hidalgo al llegar a Guadalajara, Jalisco, Méjico. Ahí d. Miguel Hidalgo le nombró como uno de sus capitanes de confianza y escolta personal. En esta misma ciudad, se autorizó (en represalia por las atrocidades españolas) la degollación de unos 200 españoles que se tenían presos, y los cuales fueron sacados fuera de la ciudad en diversas partidas de 20 á 30. Tales actos venían á rebajar mucho el mérito del caudillo, pues pareciera que de esta manera se proponía imitar al sanguinario brigadier de caballería, d. Félix María Calleja del Rey, o propiciar el intercambio de prisioneros de guerra. El Torero Marroquín fue el instrumento de estos horrores, pues además dirigió los fusilamientos de españoles (hombres, mujeres, ancianos, niños) realizados todas las noches durante 15 días en esa ciudad. El capitán Agustín Marroquín, caudillo de la insurgencia, fue aprehendido en Acatita de Baján (Municipio de Castaños, en el norteño Edo de Coahuila, Méjico), junto con el Cura Miguel Hidalgo y otros capitanes insurgentes que fueron masacrados poco tiempo después, siendo fusilado y degollado después de muerto, y su cabeza colgada en plaza pública como escarmiento, el 10 de mayo de 1811 en la ciudad de Chihuahua.
El historiador Luis Castillo Ledón, en su biografía de don Miguel Hidalgo y Costilla, registra que Agustín Marroquín arribó a la Nueva España en 1803, sirviendo en casa del virrey Iturrigaray, y que tras ser despedido se hizo tahúr y bandolero, que toreaba por el Bajío y que acusado de robo pasó cinco años en la cárcel de Guadalajara hasta que su antiguo conocido y proveedor de toros, el cura-ganadero de Jaripeo, don Migue Hidalgo, lo libera a finales de noviembre de 1810, permitiendo además que tomara venganza de sus aprehensores, por lo que el resentido diestro mató a estoque o degolló y apuntilló a docenas de españoles y criollos en la barranca de Oblatos. Ocho meses después, el torero Marroquín también sería fusilado en Chihuahua, junto con los jefes insurgentes Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, cuyas cabezas estuvieron 11 largos años enjauladas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, pudriéndose a la intemperie para escarmiento de los que soñaban con una patria independiente y menos injusta.
Fuente:
Leonardo Páez/ Periódico La Jornada/Lunes 27 de septiembre de 2010, p. a46
http://www.jornada.unam.mx/2010/09/27/index.php?section=deportes&article=a46n1dep
Refiere el escritor e historiador mexicano Héctor Budar Martínez, en su obra "Final sin Gloria (Doscientos años de historia)" al detallar la biografía de Agustín Marroquín, que, teníamos conocimiento de que varios de nuestros héroes libertarios fueron arrojados jinetes que se daban a la práctica de montar y torear toros cerriles, por mera diversión. Así mismo sabíamos de la gran afición a las corridas de toros del llamado Padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo y Costilla y que su pasión por la fiesta brava lo llevó a criar toros bravos en tres haciendas de su propiedad, enclavadas en el municipio de Irimbo, en el hoy estado de Michoacán, que fueron: Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás, pero no imaginábamos que en su ejército independentista, militaban dos toreros que vivían de ese oficio. Uno fue conocido como el "Torero Luna" por así apellidarse, teniendo como jefe inmediato al capitán Juan Aldama, quien le tenía especial aprecio por cumplir con disciplina y valentía las más riesgosas acciones. Este torero insurgente murió en combate por el rumbo de Acámbaro, en la actualidad perteneciente al estado de Guanajuato.
El otro fue Agustín Marroquín, torero español que llegó a la Nueva España en 1803, como miembro de la servidumbre del Virrey Don José Iturrigaray y a quien está dedicado este relato.
El diestro peninsular a unos cuantos días de haber llegado a suelo Azteca, toreó en la plaza del "Volador" en las fiestas de posesión del Virrey a quien servía.
En el transcurso del festejo, su carácter altanero lo involucró en agra disputa por la compraventa de las carnes de los toros muertos en la corrida, que eran de su propiedad como pago por su actuación, según la costumbre establecida.
Resulta que Don Gabriel Yermo, uno de los comerciantes más ricos de todo el reino, con su bien ganada fama de avaro y usurero, se había adjudicado la exclusividad de comprar la carne, por las que pagaba la mitad de su precio habitual, a lo que Agustín Marroquín no estuvo de acuerdo protestando el abuso ante el Virrey, autorizándole este la libertad de vender el producto que le correspondía a quien quisiera. Esta licencia no fue del agrado del abusivo comerciante quien era temido influyente en las altas esferas de la corte, convirtiéndolo así en el más acérrimo enemigo del Virrey y durante más de cinco años estuvo conspirando en su contra, tomando cumplida venganza, cuando en vista de la invasión napoleónica en el reino español, Iturrigaray propuso independizar la Nueva España, escuchando las sugerencias de los licenciados Primo de Verdad y Azcárate.
Don Gabriel enterado de este propósito, armó a todos los españoles que se sentían traicionados y aprendió al Virrey la noche del 15 de septiembre de 1808, lo depuso, lo encarceló y lo envió preso a España, corriendo igual suerte las autoridades que compartían con él su proyecto.
Así una discrepancia comercial de Agustín Marroquín, de insignificante valor, le costó el desprestigio y el virreinato a su amo.
Quisimos contar con esta anécdota para ir construyendo la personalidad de este torero, que meses después del incidente de su primera corrida, abandonó el servicio al que vino encomendado y se dio a torerar por el Bajío con el apoyo del cura Hidalgo que le vendía a crédito el ganado en los festejos que él mismo organizaba, cumpliendo con Marroquín se fue haciendo de renombre por esta región, como un torero valiente, dominador y eficaz con la espada, lo que ayudó a que el trato comercial, Torero-Empresario y el Cura-Ganadero, se fuera convirtiendo en sólida amistad, en la que compartían cierta afinidad ideológica.
Sin embargo este hispano aventurero, no fue lo que hoy se conoce como un verdadero profesional de los ruedos y su círculo de amigos más íntimos no era precisamente la gente decente, sino la sórdida compañía de bandoleros, tahúres y malvivientes. Esto último puso al descubierto la verdadera personalidad de este sombrío sujeto que en su indigna faceta, cometía hurtos y toda clase de delitos amparado en la impunidad.
En esta carrera criminal cometió un importante robo en la Capital de la Nueva España, hecho que fue muy difundido, por lo que nuestro personaje en compañía de sus compinches se dieron a la huida por los rumbos que este conocía. Así después de varias semanas de andar a "Salto de mata" llegaron a la población de Lagos de Moreno preguntando por Don Antonio San Román, informados que dicho señor vivía en la hacienda de La Cofradía, propiedad de un hermano suyo a poca distancia de Lagos. Al dar con él, Marroquín le pidió que los hospedara en la hacienda, cosa que no fue posible por la negativa de su hermano, pero si fue convencido para que los acompañara a ciudad de Guadalajara, ya que Don Antonio conocía la ruta de la hoy capital de Jalisco, a donde llegaron después de tres jornadas a caballo, alojándolos en la casa de sus amigos los esposos Marentes, Don Francisco y Doña María, quienes recibieron a Don Antonio y sus acompañantes de muy buena voluntad, cortesía que pocos días después pagaran con la prisión, ya que cierta noche los facinerosos fueron descubiertos y aprendidos por orden del alcalde de la ciudad, Don Tomás Ignacio Villaseñor y conducidos al presidio incluyendo a Don Francisco y a Doña María, que fue internada en el claustro de las recogidas, una especie de cárcel para mujeres y convento.
Los hombres fueron encarcelados sin darles a conocer la pena que tenían que cumplir en el encierro, teniendo que soportar el delincuente torero 200 azotes a su llegada y él y sus amigos las tareas más infames del presidio.
Pasaron cinco años en los que el resentimiento se acrecentó, antes que su amigo el cura Hidalgo diera el grito de independencia en Dolores en el mes de septiembre de 1810 y cuando Don Miguel Hidalgo entró triunfante a Guadalajara en el mes de noviembre del mismo año, se enteró de la situación de Agustín Marroquín, ordenándole a Don José Antonio Torres, ponerlo en libertad y en junta de oficiales, lo declaró solemnemente libre de toda culpa y lo nombró capitán de su ejército insurgente exigiéndole juramento de fidelidad.
Su primera encomienda fue llevar a cabo la matanza de españoles aprehendidos en la hoy Perla Tapatía y lo hizo con tal crueldad, que ha pasado a formar parte de la historia como una negra mancha en la lucha independentista.
Más de 800 españoles fueron degollados personalmente por este sanguinario torero que fue acumulando odio en una sola noche para cobrar su deuda con las autoridades que lo apresaron y sus familias.
Son varios los escritores que se han ocupado de la triste celebridad de Agustín Marroquín, entre ellos, el licenciado Juan A. Mateos, Hernández y Dávalos, Lucas Alamán, y aunque el escritor francés F. G. Ferry narra esta historia novelizada, no exagera con la crudeza como lo relata, pues se dio a la tarea de investigar.
Quienes se han ocupado del tema coinciden en que después de la batalla del puente de Calderón fue ascendido a Coronel y con ese grado militar fue aprehendido con el cura Hidalgo y sus correligionarios en las Norias de Baján.
En el juicio que se le siguió en la ciudad de Chihuahua, fueron condenados a muerte los insurgentes y el 10 de mayo de 1811 fue fusilado por la espalda Agustín Marroquín como afrenta por lo hecho contra sus connacionales. En este ajusticiamiento también fue ejecutado el mariscal Don Ignacio Camargo.
Así en un triste final sin gloria terminó la carrera de este sombrío torero que no supo dignificar la profesión.