FELIX PECELLIN CAÑIZARES (1945 - 1984)
Refieren en el sitio taurino en Internet "Mediaveronica.com", sección efemérides, que un 17 de septiembre de 1984, fallece en Valladolid de un infarto de miocardio, cuando se quitaba en el hotel el traje de torear el banderillero sevillano FELIX PECELLIN CAÑIZARES. Esta tarde habían actuado Sebastián Palomo Linares, Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea” y Juan Antonio Ruiz “Espartaco” a cuyas órdenes actuaba. Contaba con 34 años de edad.
Rafael Moreno, el brillante editorialista del diario ABC de Sevilla, escribió el jueves 20 de septiembre de 1984, esta hermosa y sentida editorial que transcribo, dedicada a: Félix Pecellín Cañizares, torero, banderillero de la cuadrilla de Espartaco, que murió el lunes 17 apenas finalizada la corrida en la que había tomado parte en la plaza de Valladolid. Su corazón, otro corazón de torero, se cansó de latir, no pudo más y se rompió en mil pedazos. Cansado de soportar mil sobresaltos, llegó a su límite y se paró. No cayó en la arena, pero si cayó por la fiesta, por su afición más grande, por ese dichoso y bendito veneno que subyuga sin remedio a todo el que siente esta afición. Félix no conoció la gloria grande del toreo. De novillero había toreado poco y sin suerte. Aprendió la profesión de mecánico, en la que se desenvolvía con soltura. Pero no era eso, para él no era suficiente. Quería formar parte de la fiesta de los toros como fuera, porque eso era lo que le pedían sus sentimientos. Se hizo banderillero y anduvo suelto toreando aquí y allá para buscarse un sitio. Este año, por fin, logró colocarse de tercero con un torero importante. Esa era su máxima aspiración, su trocito de gloria, una parte pequeña, pero con la que él, torero por fin, se sentía feliz. Y vino el aviso, el mal aviso de esa cornada que no se ve y que va directa al corazón. Fue sobre el mes de marzo, apenas había logrado empezar a ver sus ilusiones hechas realidad. Los médicos le dijeron que lo dejara, que dejara el toro, porque su corazón no podría soportarlo. ¡Pero cualquiera se va de aquí, de este mundillo que sabe a muerte y a gloria! Félix tampoco se fue; al menos por su voluntad. Se fue con las taleguillas puestas, sefue al finalizar la corrida, ya de vuelta en la pensión, cuando la plaza se había vaciado y no quedaba nadie para decirle adiós. Es el sino de los toreros de plata, que ni para irse arman ruido para no quitarle la gloria a los matadores. "Apenas había subido a la habitación -nos contaba un compañero- le pidió a Paco, el chofer, que le ayudara a quitarse la chaquetilla. De pronto Paco comenzó a gritar: ¡Félix!, ¡Félix! Acudimos todos, pero ya era tarde. Manolo Luque, que sabía su dolencia, buscó entre las cosas de Félix la pastilla de cafenidrina que siempre llevaba encima. La encontró y se la introdujo como pudo. Pero ya era tarde. Estaba muerto". Y en silencio, sin grandes despliegues, sólo entre amigos y compañeros. Félix fue trasladado a Sevilla. Llegó la mañana del martes, a las nueve. Hasta las diez y media del miércoles no pudieron enterrarle. Apenas contaba treinta y nueve años y tenía dos hijos. La menor de dos meses. Todas, todas sus ilusiones se vieron rotas en Valladolid por una de esas cornadas que no perdonan y que ni siquiera dan los toros en tardes de palmas y esperanzas, retos y orgullos. Ni siquiera eso. La cornada fue en silencio, sin testigos, en el cuarto de una fonda. Fue la cornada de una afición, la suya por los toros, que le impidió alejarse a tiempo, cuando todos se lo aconsejaban, de esta profesión. Rafael MORENO.