Los toros dan y quitan

SEBASTIÁN GIL HERNÁNDEZ (1927 - 1963)

SEBASTIÁN GIL HERNÁNDEZ

Solo para efectos ilustrativos
Cogida en un festejo taurino de Ciudad Rodrigo
Cortesía de don Juan Tomas Muñoz Garzón

El 11 de julio de 2014 recibí una amable carta del docto periodista e investigador español Juan Tomas Muñoz Garzón donde me cuenta: "Vuelvo a ponerme en contacto con usted para darle cuenta (ver nota editorial anexa) de una nueva víctima del toreo, una cogida ocurrida durante las fiestas tradicionales de 1963 -Franco prohibió que se utilizase el vocablo carnaval durante su dictadura- en Ciudad Rodrigo. Se trata del mirobrigense Sebastián Gil Hernández, que fue cogido por un toro en el desencierro del ganado en la tarde del Domingo de Carnaval, 24 de febrero de 1963, falleciendo el 3 de marzo siguiente, como consecuencia de la fractura de la base del cráneo que le provocó el morlaco en la avenida de Foxá. Le adjunto también una fotografía de la época, una cogida en un festejo taurino de Ciudad Rodrigo a efectos de ilustración, así como la portada del folleto que se confeccionó con motivo de estas fiestas. Agradeciéndole de nuevo sus atenciones, reciba un afectuoso saludo. Juan T. Muñoz."


Folleto de Fiestas de 1963 en Ciudad Rodrigo
Cortesía de don Juan Tomas Muñoz Garzón

SEBASTIÁN GIL HERNÁNDEZ
(19/02/1927 – 03/03/1963)

La tragedia se presentó en la tarde del Domingo de Carnaval, 24 de febrero de 1963. Se acercaba el desencierro y Sebastián Gil Hernández, natural de Ciudad Rodrigo, jornalero de 37 años, acompañado de Álvaro Hernández –conocido por Bernadé-, un albañil de 61 años con el que mantenía buena relación, a la sazón arrendador de la Huerta de la Esperanza –ubicada en la margen izquierda de la carretera a Sanjuanejo, a la altura de la Huerta del Piojo, en donde tenía su domicilio Sebastián-, enfilaban la vía que ese mismo año se había dedicado al escritor falangista Agustín de Foxá, ambos camino de sus respectivas moradas. También con el propósito de ver, no sabían muy bien desde dónde, el paso de los toros en el desencierro. Sebastián, según refieren las diligencias judiciales 1 , iba alegre, espiritoso por los abundantes caldos trasegados durante la densa jornada carnavalesca, tal vez para soportar y encarar los sinsabores de una vida conyugal que habían trascendido. Por eso Álvaro estaba pendiente de lo que pudiera hacer Sebastián, intentando que no se expusiera al peligro visto el estado que presentaba.

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1 ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL. Expedientes judiciales de Ciudad Rodrigo, núm. 22/63: Lesiones que sufre Sebastián Gil Hernández al ser alcanzado por una res en la tarde de ayer (24 de febrero de 1963), instruido por el juez Hilario Muñoz Méndez.

Dámaso González, responsable de la comisaría de Policía de Ciudad Rodrigo en aquel momento, explica en el atestado realizado sobre el particular que Álvaro Hernández vio los “dos toros que bajaban hacia la avenida o carretera donde ellos se hallaban, en vista de lo cual se ocupó rápidamente de apartarse de la carretera por donde aquellos habían de pasar y ayudó a Sebastián Gil a subir a la pared del patio posterior de las escuelas, ya que el Sebastián Gil no se hallaba en condiciones adecuadas para hacerlo por sí, por encontrarse en visible estado de embriaguez; conseguido su propósito de subir ambos a la citada pared junto a la cuneta de la carretera, pasó en el acto el primero de los toros, pero no así el segundo, que se retrasó un poco por llamarle la atención, como es costumbre, el público que le seguía. No obstante, también este toro llegó a la altura donde los dos amigos se encontraban y cuando apenas había pasado por delante de ellos, el Sebastián Gil se bajó de la pared y como el toro le viera, se volvió y arremetió contra él en la cuneta de la carretera… 2” Algunos detalles más, con ciertas aunque menores discrepancias, ofrece la versión que dio Juan Antonio Martín, de 62 años de edad. Declaró este militar retirado en las diligencias abiertas por tal suceso que “la tarde del domingo 24 del pasado mes de febrero estuvo viendo el desencierro del ganado que se había lidiado por la tarde y a continuación se marchó para su casa y al llegar a la boca de la calle de San Pelayo con la avenida de Foxá, donde hay unas angarillas para que no pueda pasar el ganado, se quedó hablando con una vecina contándole que en El Registro, sitio conocido en la Puerta del Conde, un hombre se había caído y decían que si se había matado, el cual era vecino de Alamedilla; que a los pocos momentos pasó Sebastián Gil Hernández en compañía de Álvaro, conocido por Bernadé, siendo aquel criado suyo (mejor dicho, rentero), el cual iba un poco alegre ya que durante las fiestas siempre se hace algún exceso. Que acaban de pasar, cuando se oyó ruido de que venía más ganado y efectivamente vieron dos toros ya por la avenida de Foxá, viendo cómo Álvaro se subía a la pared de las Escuelas Graduadas [de San Francisco] y el Sebastián saltaba por uno de los portillos pasando los toros, pero debido sin duda a que uno de ellos era de casta y lo habían metido en la plaza enjaulado, no sabía la salida. El caso es que como todo el mundo lo llamaba, se volvió nuevamente por la avenida y al bajar nuevamente se arrimó a la pared y, quizá, cosa que desconozco por la distancia que había, el Sebastián pudo llamar al animal. El caso es que lo sacó de donde estaba, cayendo al suelo, arremetiendo

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2 Ibidem

contra él mismo el toro y lo lanzó contra la pared, dándose un fuerte golpe en la cabeza; que seguidamente volvió el animal a darle, metiéndole el cuerno por debajo de la chaqueta, rompiéndole esta, así como una de las mangas, que se quedó el toro en las astas, y debido a lo resbaladizo del terreno, el toro se cayó, teniendo el Sebastián uno de los brazos junto a las manos de la res; que como el toro no hacía nada por levantarse, se arrimó el declarante en unión de otras personas, recogiendo al herido, pasándole por la pared para evitar que el toro pudiera hacer algo más con el Sebastián. Que cree no ha habido culpa o imprudencia por parte de ninguna persona3 ”. El percance se produjo sobre las seis y cuarto de la tarde. Después de apartarlo del toro, Sebastián Gil fue evacuado en grave estado a la clínica del doctor Francisco Pérez Fernández, en donde quedó ingresado a las siete de la tarde. El diagnóstico era de suma gravedad, al apreciarle el facultativo una fractura en la base del cráneo. El juez Hilario Muñoz ordena instruir diligencias y hace un requerimiento al médico forense –también el doctor Pérez Fernández- para que “tan pronto como esté en condiciones de ser oído Sebastián Gil Hernández lo ponga en conocimiento del juzgado, como asimismo se encargue de la asistencia facultativa o inspección del mismo dando partes de su estado cada cuarto día o antes si necesario fuese hasta su completa curación en que proceda emitir el correspondiente informe de sanidad4 ”. El 28 de febrero, cuatro días después de la cogida, el médico forense comunica que “el lesionado sigue gravísimo. Tiene una hemiplejía izquierda y ha sido necesario trepanarle5 ”. Continúa, lógicamente, sin poder declarar. El 2 de marzo el Dr. Pérez Fernández informa que “dado el estado de extrema gravedad del lesionado Sebastián Gil, a petición de los familiares ha sido trasladado a su domicilio a las 13 horas del día de la fecha6 ”. Al día siguiente, a las siete y media de la mañana, falleció el herido. Poco después, tras conocer el desenlace, se presentaría en el domicilio del finado, en la Huerta de la Esperanza, la comisión judicial para certificar su muerte: “En una habitación se encuentra el cuerpo de un hombre sobre una cama, de 35 o 40 años de edad, en posición de cúbito supino, vistiendo una camisa verde a rayas y sin que presente herida externa alguna salvo en la nariz, teniendo vendada la cabeza”, refiere la instrucción. Además de la comisión judicial, estuvieron presentes “en este acto D. Juan Antonio Martín Vicente, mayor de edad, viudo, militar retirado y vecino de

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3 Ibídem. Declaración realizada el 4 de marzo.
4 Ibídem.
5 Ibídem.
6 Ibídem.
6 Ibídem.

aquí; [y] D. José Manuel Plaza Curto, mayor de edad, casado, labrador y vecino de La Encina, [quienes] previo juramento que hicieron en legal forma, manifestaron que el cuerpo que tenían a la vista correspondía en vida a quien se llamó Sebastián Gil Hernández, nacido en esta ciudad el 19 de febrero de 1927, hijo de Francisco y Victoriana, casado con Rafaela Cruz Cortés y sin que tenga descendencia7 ”. Se procedió al levantamiento del cadáver. Su esposa Rafaela, que contaba con 34 años de edad y también era vecina de Ciudad Rodrigo, declara ante el juez que “no sabe nada sobre cómo ocurrieron los hechos de la muerte de su esposo, más que lo que le han contado, sin que crea haya habido culpa por parte de nadie8 ”. El juez ordena la práctica de la autopsia el 4 de marzo a las 10 de la mañana. Tardan 30 minutos en realizarla e informan que la causa de la muerte es “fractura de la base del cráneo”. El informe, firmado por el doctor Pérez Fernández, refiere que “se trata de un hombre de 35 a 40 años, estatura baja, delgado, vistiendo pantalón de paño oscuro, calzoncillo blanco, camisa verde a rayas, calcetines oscuros y zapato negro. Le cabeza está vendada y al quitar dicha venda se aprecia en la región temporal una herida quirúrgica en forma de colgajo, cuya base está a nivel del pabellón auricular. Esta herida está suturada con puntos entrecortados. En esta región se observa también erosiones y un fuerte hematoma que se extiende a región parpebral de dicho lado. Desprovisto de vestiduras, se abrió la cavidad craneana, apreciándose una fractura en la base del cráneo y un gran edema de meninges y masa encefálica con salida de abundante exudado serosanguinolento. En la región intervenida se observa una trepanación de unos tres centímetros de diámetro. En la cavidad torácica y abdominal, nada digno de mención, si no es la intensa anemia que presenta9 ”. El cadáver de Sebastián Gil Hernández fue inhumado en el cementerio de Ciudad Rodrigo “en una fosa que dista de la pared este 153 metros, la del oeste, 58; la del sur, 167, lindando con el norte con la pared19 ”.

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7 Ibídem.
8 Ibídem.
9 Ibídem.
10 Ibídem.