Los toros dan y quitan

MARIO LÓPEZ DÍAZ LUNA (1987 - 2013)

MARIO LÓPEZ DÍAZ LUNA

Solo para efectos ilustrativos
Tehuacán (Lugar de Dioses), Puebla, México

El portal en Internet: "http://www.periodicodigital.com.mx", publicó con tristeza el 2 de junio de 2013, de la pluma de su editorialista Ozair Viveros, que un joven de 26 años de edad murió en el Hospital General de Tehuacán, Puebla, México, a consecuencia de severas lesiones que sufrió en la cabeza, luego de ser pisado por un toro, durante un evento que se llevó a cabo a finales de mayo.

El sábado (1) en la tarde, personal de la agencia del Ministerio Público acudió a ese nosocomio para conocer del fallecimiento del valeroso jinete Mario López Díaz Luna, quien el pasado 25 de mayo de 2013 participó en una monta de toros, evento en el que sufrió el accidente.

El ahora occiso cayó del animal en el que iba encima, pero este lo pisó en repetidas ocasiones, provocándole golpes en la cabeza que horas después le costaron la vida, según se informó de manera oficial. (Fin de la nota)

Como es costumbre en estos jaripeos de pueblo en México, los organizadores no exigen a los montadores que necesariamente porten casco y chaleco protector, de ahí el gran número de muertes que se suscitan cada año ante la apatía de las autoridades, que tampoco hacen nada para evitarlo. Resulta pan de todos los días, que estos itinerantes organizadores -quienes comúnmente se esfuman al momento de las tragedias-, no cuenten con asistencia médica especializada en el sitio del evento, ni tengan al menos una ambulancia equipada para el traslado de heridos, tampoco pólizas de gastos médicos mayores que cubran los eventuales gastos de los accidentes, y menos sufraguen pólizas de vida para jinetes y espectadores, para no dejar en el desamparo a sus familias. Esto es, que los jinetes montan y arriesgan sus vidas por amor a su afición, y por unos míseros pesos, que no les sirven de nada a la hora que suceden desgracias. ¡Que Dios los cuide a todos ellos, porque ellos no se cuidan para nada! Es habitual que en su agonía los lleven tendidos en las cajas de las camionetas y los abandonen a su suerte en misérrimos hospitales públicos donde mal los atienden de tan graves daños, por lo que hay muchas muertes que se dan después de terminado el evento, y ya no hay nadie que responda en lo económico y ayude al herido, ni a los deudos; por lo que terminan sepultándolos con el socorro de la caridad de familiares y amigos, y como son gente pobre, buena y noble, no se llenan de inquina como para demandar judicialmente la reparación del daño a los organizadores, que a fin de cuentas son patrones sustitutos a la inexistencia de contratos de trabajo, amén que las muertes de éstos valerosos montadores, ante la ley, curiosamente resultan ser siempre accidentales, sin responsabilidad de nadie más que del jinete, y de su familia, que deberá pagarlo todo y llorarlo siempre.

Esta es la triste y patética realidad del jaripeo en México y en muchos países centro y sudamericanos. Ciertamente se vive en el tercer mundo, un mundo donde aprovechados de la afición de los pobres, y de su necesidad económica, y de su ignorancia, lucran con su sangre y con el dolor ajeno bajo el cobijo de la ley. Yo soy un aficionado de hueso colorado a las ancestrales fiestas de toros, pero también admirador de los organizadores responsables y del establecimiento de organizaciones cupulares que velen por el espectáculo como un todo, como sucede en los rodeos norteamericanos y brasileños, donde no se deja en el desamparo a los jinetes y a sus deudos cuando acaecen tragedias.