ANTONIO CORBACHO (1951 - 2013)
El sitio en la Internet "Barcelona Taurina", publicó el miércoles 31 de julio de 2013, que había muerto el torero y reconocido apoderado Antonio Corbacho.- El apoderado Antonio Corbacho, de 61 años de edad (Nacido en Madrid el 18 de septiembre de 1951), ha fallecido en Madrid. Corbacho estaba a la espera de un trasplante de hígado tras padecer durante varios años las complicaciones de una hepatitis C que él mismo achacaba a una transfusión de sangre realizada tras una de las cornadas que sufrió durante su etapa de novillero.
Durante el último mes estuvo ingresado en el hospital Gregorio Marañón. En sus últimos años vivió en tierras sevillanas, donde preparó a varios diestros, entre ellos Sergio Aguilar y el sevillano Esaú Fernández. Antonio Corbacho, madrileño, debutó con picadores en La Roda (Albacete) el 18 de mayo de 1975, donde resultó corneado de gravedad en la zona escrotal por un novillo de El Almendral. Ese mismo año, toreó en Vistalegre en septiembre. Continuó en activo toreando muy pocos festejos. El 30 de julio de 1985 volvió a resultar herido en la plaza de toros de la Maestranza de Sevilla. Es entonces cuando decide pasarse del oro a la plata, como banderillero, actuando a las órdenes de Roberto Domínguez, David Luguillano y Sergio Sánchez. Por su amistad con Victorino Martín García, Corbacho comenzó a preparar taurinamente a un becerrista de Galapagar, pariente del ganadero, y que años después acabaría convirtiéndose en la primera figura de los últimos años, el mítico José Tomás. Corbacho forjó con mano dura a José Tomás, al que llegó a mentalizar que en cada actuación debía salir al límite, cruzando la línea de máximo riesgo. El diestro madrileño asumió esa filosofía extrema. Sobre esas premisas éticas y siempre con una peculiar, estricta y durísima preparación -"yo no soy duro, el que es duro de verdad es el toro", repetía siempre-, Corbacho entrenó después a otro buen número de novilleros y matadores que lograron éxitos notables. Actualmente apoderaba al novillero colombiano Sebastián Ritter (hijo del matador de alternativa Luis Ritter). Precisamente la última vez que tuvimos la ocasión de hablar con él fue en la Maestranza, cuando se presentó su poderdante en la pasada Feria de Abril. Además de José Tomás, al que volvió a apoderar entre las temporadas de 2000 y 2002, Corbacho lanzó y dirigió la carrera de Alejandro Talavante, hoy entre los primeros del escalafón y que en su etapa ligada al citado apoderado, equiparaba la filosofía que le había inculcado a la del samurai, por la ya reseñada exigencia máxima que imprimía a sus toreros.
El México-Poblano diario "Intolerancia", publicó de la pluma de don José Alberto Vázquez Benítez, una hermosa editorial de nombre "La muerte de un maestro", donde nos cuenta que: El día de hoy aficionados taurinos de México y España nos hemos despertado con la noticia de la muerte del torero Antonio Corbacho, verdadero MAESTRO —así, con mayúsculas— de toreros, y más valoramos su pérdida quienes, gracias a Dios tenemos la bendita oportunidad de estar dentro de la fiesta y cerca de callejones y el campo bravo. Al saberse de su fallecimiento entre tantos comentarios, todos muy positivos desde luego, no faltaron los “aventados” que le asignan haber sido el descubridor, ni más ni menos que de José Tomás. La verdad sea dicha, el verdadero descubridor del llamado “Príncipe de Galapagar” es su tío abuelo, don Adolfo Martín, hermano del célebre ganadero, quien en su casa de toros criar, la de los “Vitorinos”, ahí en esas dehesas dio sus primeros pasos en el caminar taurino José Tomás de la mano de su tío abuelo, fue él quien le llevó a ver sus primeras corridas de toros y quien en los tentaderos de casa le enseñó — literalmente— a tomar y manejar capotes y muletas. Pero, también hay que decirlo y muy justo es, fue Corbacho quien por encargo de la familia pagó honorarios y costos para que el Maestro de quien hoy lamentamos su partida le llevará profesionalmente, fue Antonio Corbacho quien desde novillero se encargó de instruir al torero que hoy por hoy es la máxima figura y verdadero figurón de época. También hay que decirlo, el de Galapagar tuvo y sigue teniendo en su mente la guía, el ejemplo que él se ha propuesto seguir, que no imitar, de las figuras del “El Monstruo de Córdoba” Manuel Rodríguez “Manolete” y de otro torero más de nuestros días, torero “pura verdad” de quien con los ejemplos de Corbacho, José Tomás se ha forjado: Francisco “Paco” Ojeda. Al Maestro Corbacho le queda el invaluable mérito de haber sido el "llevandero", como decimos en el argot taurino, del torero caro qué es José Tomás. Y cuando hablamos de "llevandero" tenemos que hacer mención de lo que tanto hemos criticado de quienes llevan a los aspirantes a toreros: los gritos e indicaciones desde el callejón. Pero, una cosa es lo que gritan quienes gritan sin saber lo que gritan y otra cosa muy distinta es la sapiencia, verdadera entrega, conocimiento de las suertes, los terrenos del toro, que Corbacho supo manejar como nadie más, en plan de Maestro, excedido a veces en su pasión y energía, pero los resultados ahí están, palpables, en la brillante carrera de José Tomás. Y no sólo él bebió del rico manantial de su sabiduría, otro madrileño Julián López “El Juli”, lo hizo después y más recientemente otro, que va para figurón, el de Albacete, Alejandro Talavante. Y de los nuestros, durante su estadía de formación en la península: Enrique “El Cuate” Espinosa, Jerónimo y Mariano del Olmo, entre varios. Otra historia es la vivida por Arturo Macías “El Cejas”, a quien lamentablemente no se le dieron bien las cosas y la dureza, energía y demasía al exigir del Maestro, así como la dureza de los lotes y los encierros le hicieron sufrir serios percances; cornadas y cogidas que no son de las de gratis, y no se le desean a nadie. Pero sin duda esta dura experiencia ha ayudado en la formación del triunfador de Aguas. Se ha ido Antonio Corbacho después de larga y sufrida enfermedad, Hepatitis crónica y sus complicaciones y secuelas, sin duda su ejemplo podrá, y será imitado por muchos gritones en los callejones; pero con la sapiencia, el conocimiento y el profundo afán de formar toreros, como él lo hacía: Nadie.
El acreditado sitio taurino en la Internet: "Cuadernos de Tauromaquia", de la pluma de don Álvaro Acevedo, cita con nostalgia en una editorial de nombre "Telepatía (En la muerte de Antonio Corbacho":
Lo llevabas dentro, Antonio. El toreo, y esa cosa mala que te había puesto la cara del color de un indio arapahoe. Te llamaban samurai pero yo siempre te veía como a ese jefe indio, arrugado y de ojos penetrantes, que parecía hablar con el dios del viento. Los mentecatos –que ya sabes que abundan –te tomaban por chalao por lo que decía mi madre: que la ignorancia es muy atrevida. Y se forjó en torno a tu persona una leyenda que era para descojonarse, como aquello de que le preguntaste a un torero si era capaz de clavarse un cuchillo en la barriga. ¿Te acuerdas?
Twitter y blog no tenías, pero si ves lo que hay aquí metido sales corriendo para La Alcornocosa y no sales en cien lunas, brujo. Oye, que te hablan de técnica del toreo y lo más rojo que han agarrado en su vida ha sido la túnica de un nazareno del Santo Entierro. Y tampoco te pierdas los artículos que ya amenazan con escribir algunos, intentando explicar el misterio y la grandeza de tu persona con los cuatro tópicos de siempre: que si el samurai, que si José Tomás y que si el “no hay dolor”. En fin Antonio, perdónalos porque no saben lo que hacen. Tu obituario, el auténtico, lo va a escribir Paco Aguado para Cuadernos de Tauromaquia. Yo sólo quería decirte que a las 3 de la tarde he estado hablando con Talavante y le he dicho que se deje ya de pan con melón. Que haga el favor de que, cada vez que toree, lo haga pensando que lo está mirando una tía muy buena. O un aficionado de los selectos, de los que saben de verdad de qué va esto. De los que ya no quedan. Yo que sé Antonio: telepatía o que me dio por ahí. Y mira tú por dónde…
Al respecto, el referido y acreditado cronista Paco Aguado escribe: El apoderado y preparador de toreros Antonio Corbacho, hombre clave en la forja taurina del famoso diestro José Tomás, falleció a primera hoy en Madrid, según han informado a EFE fuentes familiares. Corbacho, de 61 años de edad, estaba a la espera de un trasplante de hígado tras padecer durante varios años las complicaciones de una hepatitis C que él mismo achacaba a una transfusión de sangre realizada tras una de las cornadas que sufrió durante su etapa de novillero. Durante el último mes permanecía ingresado en el hospital Gregorio Marañón, donde era atendido de varios fallos multiorgánicos que finalmente le han llevado a la muerte.
Madrileño del barrio de Chamberí, Antonio Corbacho debutó con picadores en La Roda (Albacete) el 18 de mayo de 1975 -donde ya resultó corneado de gravedad- y fue un novillero sin demasiada suerte hasta su retirada en Sevilla diez años después, cuando decidió pasarse a las filas de los banderilleros. Por su amistad con Victorino Martín hijo, Corbacho comenzó a preparar taurinamente a un becerrista de Galapagar que era pariente del ganadero y que años después acabaría convirtiéndose en la primera figura de los últimos años, el famoso diestro José Tomás. Fue el veterano banderillero, admirador de El Viti, Paco Camino y El Cordobés, quien inculcó al joven espada durante unos años la clásica filosofía samurái y la desarrollada técnica del concepto del toreo que le llevaría finalmente al estrellato taurino.
Sobre esas premisas éticas y siempre con una peculiar, estricta y durísima preparación -"yo no soy duro, el que es duro de verdad es el toro", repetía siempre-, Corbacho entrenó después a otro buen número de novilleros y matadores que lograron éxitos notables. Además de José Tomás, al que volvió a apoderar entre las temporadas de 2000 y 2002, Corbacho lanzó y dirigió la carrera de Alejandro Talavante, hoy también primera figura, y la de toreros españoles como Gómez Escorial, Sergio Sánchez, Víctor Puerto y Sergio Aguilar, así como la de los mexicanos El Cuate, Jerónimo, Ignacio Garibay y Arturo Macías. Antes de que su enfermedad se agravara, Antonio estaba apoderando al novillero colombiano Sebastián Ritter, junto al que pisó por última vez el callejón de una plaza de toros el pasado mes de mayo, durante la feria de San Isidro de Madrid. Precisamente cerca de Las Ventas, en el tanatorio de la calle 30, sus restos mortales serán velados desde esta misma tarde. / EFE
La excelente editorialista Rosa Jiménez Cano, del afamado diario "El País" le dedicó, este hermoso obituario que tituló: "Antonio Corbacho, Guardián de los secretos del Toreo" donde anota: Nunca le gustaron los niños toreros, porque no quiso serlo. En Chamberí, donde nació el 18 de septiembre de 1951, le vieron los andares de torero. “Desde el colegio me lo decían y me lo fui creyendo. Hasta que vi cómo dolían los golpes. De eso no se daba cuenta mi padre, que encontró en mis supuestas facultades una salida de la pobreza”, contaba con una resignación irónica propia de un personaje irrepetible. Empezó, como era la norma entonces, en las capeas. Después en becerradas y novilladas, hasta su debut con caballos el 18 de mayo del 75. Sufrió varias cornadas. Las más graves en Sevilla y La Roda (Albacete). Sus inquietudes fueron más allá de los márgenes de la fiesta. Vivió la movida, se sintió atraído por la pintura, el cine y la bohemia. A pesar de su extenso saber, empleaba más tiempo preguntando y observando que sentando cátedra. Eso solo sucedía si se sentía a gusto. Tenía que sentirse en confianza para desplegar una personalidad irrepetible sin parecer histriónico. Cambió el estoque y la muleta por el capote de brega y las banderillas por responsabilidad familiar. “Estuve cerca de delinquir”, confesaba sin tapujos, “tenía que dar de comer a un criatura y renuncié a mi carrera”. Como hombre de plata estuvo en las filas de Roberto Domínguez, David Luguillano y el navarro Sergio Sánchez. José Tomás, del que siempre esperó una llamada, una visita, un gesto, le quitaba el sueño. Más que admiración, era veneración lo que tenía por un chaval al que se unió cuando era poco más que un adolescente, pariente de Victorino Martín, que quería ser torero. La promesa se negaba a pagar por torear novillos en España. Decidieron mandarlo a México para comenzar la forja de una figura. Corbacho sería el responsable de su educación, progresos y carrera. Encerrados en el rancho de José Chafik comenzó la leyenda de un torero incapaz de dar un paso atrás. En su última temporada antes de la retirada temporal, en 2002, cuando el matador no lo veía claro, se multiplicaban todo tipo de misterios y rumores, hasta se dejó algún toro vivo, fue el apoderado el que cargó con la presión mediática. Lo alejó de los focos. Nunca más trabajaron juntos, pero la obra estaba terminada. Le enseñó una ética del toreo. La lección era dura, una lucha consigo mismo desde la independencia. Hasta hoy José Tomás no ha dejado de acrecentar su leyenda, de ser casi un mito, por su compromiso y entrega, pero también por su lejanía con el sistema establecido y las cuatro familias que gestionan el mundo del toro a su antojo. Corbacho y José Tomás demostraron que la rebeldía era el camino más difícil, pero también el único hacia la libertad. Después llegaron otros toreros: un prometedor Sergio Aguilar, un efímero Víctor Puerto, y un alumno avanzado, Alejandro Talavante. El extremeño recordó en sus inicios a José Tomás. Todavía se nota el sello de su cincel, hasta que sucumbió a las promesas y alivios de los apoderados-empresario. El que asumía sus métodos sabía que solo había dos puertas, la del triunfo o la enfermería. Los hubo también muy breves. Los que le quisieron a su lado hasta que arrojaron la toalla por su crudeza, como Esaú Fernández, exigencia en los tentaderos y pruebas peculiares. Entre estas se incluye salir a correr con traje de luces o torear con un vendaval en el pico de una montaña. No le importaba decirle a un torero en la furgoneta que no tenía motivos para tanto jolgorio, por conformarse con una oreja de un toro de dos, pero también, imprescindible en los momentos más duros. Desaparecía en las celebraciones, porque sabía que llegarían horas bajas y entonces sería necesario. Corbacho era un brujo. Capaz de quebrar una embestida sin mover los pies, de torear ya no con un sombrero, sino con un pañuelo mínimo. Era su forma de, solo si se sentía a gusto, dejar ver que en el torero no todo son facultades, sino también conocimiento de los toques, los terrenos y el ganado. El secreto, no se cansaba de decirlo, estaba en la colocación, en la confianza, en decir “voy a poderlo”. El último San Isidro se dejó ver en el callejón, ya muy delicado de salud, apoyando a un entregado Sebastián Ritter. Con él se va una escuela, una forma de entender el toreo desde el respeto al público, al toro y, sobre todo, a uno mismo. Dice adiós a la vida mientras esperaba un hígado. Se queda sin pisar Japón, la cultura que más le influyó, el viaje eternamente pendiente. Kimonos, katanas y samurais le impactaban tanto como a los críos de hoy los héroes de Marvel. Deja dos hijos, Antonio, de 35 años, y la pequeña María su debilidad, de 12. Y a Antonio Manuel, un enano de La Alcornocosa, al que construyó una casita en su finca. Dejó a sus padres para cuidar de la colección de criaturas de su improvisado patrón: perros, borricos, erizos, gallinas y tortugas. Una ganadería, sin duda, de dudoso lucro.