Los toros dan y quitan

MANUEL GARCÍA CUESTA "EL ESPARTERO O MAOLILLO" (1865 - 1894)

MANUEL GARCÍA CUESTA "EL ESPARTERO O MAOLILLO"

Fernando I Gómez García (El Gallo), Manuel García y Cuesta (El Espartero) y Francisco Arjona Reyes (Currito).
CXXV Años de Fiesta Brava- TOMO I: 1880-1889- El Puerto de Santa María – 2008
Fotógrafo Emile Beauchy, Sevilla.

Nació en Sevilla el 18 de enero de 1865 en el Barrio Alfalfa. Recibió la alternativa el 13 de septiembre de 1885 en Sevilla.  Murió al ser corneado en el vientre al entrar a matar al toro colorado, ojo de perdiz, listón, delantero y astifino de nombre "Perdigón" de la dehesa de Miura el  27 de mayo de 1894 en Madrid;  esa tarde toreaba con el fino matador Antonio Fuentes y con Carlos Borrego “Zocato” (quien sustituía a Antonio Reverte). Refiere la historia que en la suerte de  entrar a matar fue enganchado, volteado y despedido a una altura de dos metros, cayendo de espaldas sobre la nuca. Con una valentía impresionante, el torero se levantó, se armó nuevamente de espada y muleta e intentó darle muerte entrando por el lado contrario, siendo empitonado en el vientre (en la región hipogástrica) despidiéndolo a corta distancia. “El Espartero” al caer contrajo todo el cuerpo y en esta posición fue nuevamente corneado por el toro en el piso, hasta que llegaron las ayudas, que lograron alejar al animal agonizante, mientras el diestro era llevado en volandas a la enfermería, con su terno en verde y oro tinto en sangre, y donde murió veinte minutos después, justo a las cinco y cinco de la tarde. El cadáver fue llevado en tren a Sevilla y en el magnífico entierro se popularizaron aquellas famosas coplas: "Ocho caballos llevaba el coche del Espartero..." Manuel García “El Espartero” salió de la nada para hacer célebre la frase "Más cornadas da el hambre".

D. Juan José Zaldivar comentando sobre los hechos los refiere así: Manuel se fue con su gente a Madrid desde Sevilla (donde vivía en la calle O´Donnell);  le acompañaba un íntimo amigo, don Félix Urcola, que iba con él a casi todos los sitios donde actuaba. En el transcurso de la cena, antes de salir, se presentó en el restaurante el gran “Guerrita”, quien con una intuición inconsciente –la capacidad de los toreros para intuir las cosas antes de que ocurran es un don que  Dios concede a los valientes que se juegan la vida- de lo que podía suceder en Madrid, quería disuadir al compañero de que torease la corrida del día siguiente. Es fama que por aquellos días Manuel no andaba muy feliz ante los toros y,  quizá el “Guerrita” hubiese visto en la corrida de por la tarde más acusada esta anomalía. Se unió a la intención de “Guerrita” el señor Urcola, y la insistencia del primero fue de tal naturaleza, que llegó a decir textualmente:

             -No torees esa corrida. Te puede matar un toro.
            “El Espartero” no era torero que se dejase dominar de estas obsesiones, y contestó con gran tranquilidad:


            -No tengo más remedio que ir. Estoy comprometido. Es un compromiso que he de cumplir. Iré.

            El Guerra apeló entonces a otros recursos. Él conocía la afición desmedida de “El Espartero” por las peleas de gallos y le propuso que organizaría algunas muy interesantes al día siguiente. Esto hizo flaquear la recia voluntad de Manuel García.

            -Está bien. No iré. Me quedaré en Córdoba y pelearemos los gallos. Pero  el destino tenía ya escrita otra página sobre lo que tenía que inevitablemente que suceder.  Es la página que tenemos cada uno de nosotros que cerrar. También la tuvo escrita Nuestro  Salvador y se cumplió un año más en nuestra Semana Santa, pero en la de Jesús había una nota a pie de página, una de las más cortas que se han escrito, pero los hombres no volverán a oír otra con más significación, júbilo y grandeza: Al tercer día Resucitará. Y nos pasa que, por estar a pie del escrito, como las letras pequeñas de los contratos, no la leemos ni tomamos muy en cuenta. Así nos va…

             Bueno, pues el tren pitó para reanudar la marcha hacia la Capital. El Guerra subió también detrás de ellos, para insistir. El presentimiento trágico se había convertido en la mente del Califa II en una verdadera obsesión… pocos toreros han  tenido una visión tan clara de la fiesta, de los toros y de la capacidad torera y el valor y el arte de los compañeros de su época, como “Guerrita”. Pero no pudo conseguir nada.

Ninguna nota de tristeza ensombreció el viaje hasta la capital de España. Antes al contrario, en todo el recorrido “El Espartero”, al igual que “Joselito” –ambos el día anterior a su muerte por astas de toro-,  hizo gala de su ingenio y de su  donaire en conversaciones y bromas con el señor Urcola y el personal de la cuadrilla.  En una de las estaciones del trayecto el tren hubo de hacer una gran parada, y durante ella “El Espartero”  se trasladó a otro coche donde viajaban unos artistas flamencos de Sevilla, a los que hizo cantar y bailar para él, que los acompañó alegre con sus palmas.             Por la mañana, en Madrid, “El Espartero” se fue a  la fonda donde iba siempre que toreaba en la capital de España, situada en la antigua calle de la Gorguera. Toda la mañana continuó sin dar muestras de acordarse de la insistencia de “Guerrita” la noche anterior para que no toreara la corrida. Recibió visitas, con las que departió cordialmente... Sólo cuando se disponía a vestir el traje de luces y hecha con gran respeto la señal de la cruz, dijo a su mozo de espadas: -“Dios quiera que se me dé bien esta tarde.” -Se lo pidió a ese Dios generoso que vive dentro del alma de todos los toreros-.

            Una hora antes de la corrida “El Espartero” subió con su cuadrilla a un carruaje de caballos y se encaminó a la plaza. En una de las calles del trayecto se les interpuso un coche fúnebre. El banderillero “Antolín” comentó impulsivo: -¡Mala pata...! Otro banderillero, “Valencia”, cortó en seguida la escena con estas palabras: -¡Al contrario, hombre, esto es buena suerte! ¡Ya no hay eso del mal fario! <<El Espartero", aparentemente limpio de supersticiones, no dio importancia alguna al incidente. No obstante, su característico buen humor se nubló por completo, y ya fue muy serio todo el resto del camino. Empezó la corrida puntualmente. Manuel García había permanecido en silencio durante el cambio de la seda por el percal. Salió el toro primero, uno de Miura, grande, de pelo colorado, listón, delantero y astifino ojo de perdiz. Un toro que estaba llamado a hacerse célebre, un cuarto de hora después. “El Espartero” lo lidió serenamente, y en el tercio de varas, que “Perdigón” hizo con mucho brío, conquistó  el espada atronadoras ovaciones en varias intervenciones muy afortunadas. El toro llegó a la muleta con muchas reservas y nada claro, pero sin dificultades insuperables. A muchos toros de Miura, cien veces peores que aquel, había hecho “El Espartero” notable faena de muleta y los había matado guapamente.  A favor de  querencia dio a “Perdigón” unos doce pases altos y otro cambiado. Al remate de éste el  animal quedó igualado y Manuel entró a matar. Resultó volteado muy aparatosamente, cayendo de cabeza sobre la arena. Segundos después, con visibles muestras de estar conmocionado, se levantó tambaleándose, al igual que le ocurrió a Joselito Huerta en la plaza de Zacatecas, en 1995, tomó espada y muleta y sin control alguno de sí mismo se volcó materialmente sobre “Perdigón”, sin dar el menor juego al engaño. El toro lo tropezó con gran violencia, enganchándolo por el vientre y volteándolo sobre el pitón derecho. Todavía en el aire vióse al torero estirar las piernas y contraer el rostro en un horrible movimiento de dolor. Cuando el toro lo soltó en el suelo, vióse al espada hacer una contorsión espeluznante en la que juntó las rodillas con la barba y allí quedó hecho literalmente un ovillo. “Perdigón” intentó de nuevo acometerle; pero, herido de muerte, cayó rodando como una pelota a dos metros del cuerpo de “El Espartero”. Fue recogido éste inmediatamente por los banderilleros y trasladado a la enfermería. En toda la plaza se había hecho un silencio de muerte. Había sufrido “El Espartero” un colapso y, ya no pronunció ni una sola palabra. Veinte minutos después de entrar en la enfermería dejaba de existir, confortado con los últimos auxilios de la religión. (Fuente: Dom Juan José Zaldívar Ortega)

 

El ilustre cronista, don Juan José de Bonifaz Ybarra, refiere en su compendio de víctimas de la fiesta, lo siguiente << su nombre paso a la historia grande del toreo como sinónimo de valor. En efecto, Manuel García Cuesta (el Espartero) lo derrochaba en todas las oportunidades que se le presentaron en su quehacer torero. Nacido en Sevilla, fue idolatrado por sus paisanos desde que se presentara en aquel coso maestrante el 12 de julio de 1885 para estoquear novillos de la divisa de Anastasio Martín. Compite con el máximo pundonor torero con las mejores figuras de su tiempo (Lagartijo, Frascuelo, Guerrita, Mazzantini), manteniendo, en todo momento, enhiesta su bandera. El 27 de mayo de 1894, fecha que figuraría en el romancero popular, alterna en la plaza de Madrid con Carlos Borrego (Zocato), que sustituía a Antonio Reverte, y Antonio Fuentes en la lidia de un encierro de la ganadería de Miura. El toro que abre plaza, “Perdigón”, colorado y ojo de perdiz, propinó al “Espartero” tan tremenda cornada en la región hipogástrica, al practicar la suerte suprema, que la muerte se produciría momentos más tarde en la propia enfermería del coso. " 


Tumba de Manuel García Cuesta "El Espartero"
Cementerio de San Fernando en Sevilla
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