Los toros dan y quitan

FRANCISCO POZO (XXXX - 1882)

Solo para efectos ilustrativos
Puerto de El Callao, Perú 

Rehiletero mexicano que en la Plaza de Toros del Puerto de El Callao, Perú, el 14 de abril de 1882, fue cogido gravemente por un toro de la ganadería de la "Rinconada de Mala",  propiedad de Jesús de Asín. El subalterno mexicano falleció dos días después, el 16 de abril de 1882. (Fuente: Crónica de don Dikey Fernández Vásquez).

En el libro “Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX”, del renombrado historiógrafo taurino Dr. José Francisco Coello Ugalde, cita que a la prohibición de las corridas de toros en la capital mexicana, la última actuación de Bernardo Gaviño antes de ser prohibidas las corridas de toros en el D.F. (medida que abarca de 1867 a 1886) queda registrada para los anales, en la PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F. 22 de diciembre de 1867. “A las cuatro y media. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Cinco toros de Atenco. Habrá enseguida una mojiganga que lidiará otro torete, después del tercer toro de la lid. Toro embolado de costumbre.” (La Iberia Nº 233, del dom. 22 de diciembre de 1867). Quizás Puebla o Toluca se convirtieron en refugio temporal de Bernardo, quien vio en Sudamérica el siguiente paso a la continuidad en sus actuaciones. En 1869 ya lo encontramos en Lima, Callao y Arequipa, en el hermano país del Perú. Pero a fines de 1870, justo el 28 de diciembre, está llegando de nuevo al puerto del Callao, en el vapor AREQUIPA, la cuadrilla mexicana, compuesta del siguiente personal: Director y primer espada: Bernardo Gaviño (de Puerto Real, Cádiz.-España). Segundo espada: Felipe Chávez (de Morelia, México) Tercer espada: Silverio Cuenca (de México) Banderilleros de a caballo: Francisco Palomino y José Perea (de Puebla, México) Banderilleros de a pie: Narciso Orostia, José de la Cruz Avilés y Francisco Pozo (mexicanos) Cachetero: Agustín Escudero (mexicano). El grupo se estrena en la antigua y hoy desaparecida plaza del Callao, el domingo 1º de enero de 1871 y repite, al menos el dato proporcionado por Emilio A. Calmell L. (en HISTORIA TAURINA DEL PERÚ. 1535-1935. Lima, Perú, Taller Tipográfico de “Perú Taurino” y de “Perla y Oro”, Jirón Ayacucho, 1936. 393 pp., ils.) el 14 del mismo mes, con muy buen éxito, no pudiendo hacerlo en la de Lima, por estar en posesión de ésta el empresario don Manuel Miranda, quien tiene ya organizada la temporada de dicho año; aunque, disuelta posteriormente, la cuadrilla mexicana, trabajan algunos de los diestros que la componen, en la plaza de la capital, en diversas ocasiones. Lo destacable en estos datos es ese grupo de toreros que lo acompañaron a la aventura inca. Ninguno de ellos, salvo Felipe Chávez, es quien aparece registrado casualmente en reseñas o relaciones de toreros que el propio gaditano nos proporciona para conocer quiénes eran sus compañeros durante las largas jornadas que emprendió Bernardo en ruedos mexicanos. Los paisanos de que se hizo acompañar en su viaje al Perú se mantuvieron juntos algún tiempo, hasta que se dispersaron, tomando cada quien su camino. De dicho grupo, dos de ellos decidieron quedarse: Francisco Pozo y José de la Cruz Avilés. De este, sabemos que el 23 de junio de 1871 fue herido gravemente en la plaza del Callao, tardándose en recuperar algún tiempo. De Francisco Pozo (¿hijo, probablemente de Vicente Pozo, a la sazón, empresario de la desaparecida plaza de toros del PASEO NUEVO?). Corría el año de 1882. Fue el 14 de abril en la plaza del Callao cuando fue cogido al banderillear a un toro alazán de la Rinconada de Mala, el que le infiere gravísima herida en la ingle izquierda que le ocasiona la muerte dos días después, a pesar de los solícitos cuidados que se le prodigan. Sus restos reposan en el Cementerio de Baquíjano del expresado puerto. (Fin de la Nota Editorial)


Cementerio de Baquíjano, en el Puerto del Callao, Lima, Perú.
Cortesia de
http://fotografiadelacalle.blogspot.mx/

Historia y devenir de la ganadería "La Rinconada de Mala":


Cuenta don Claudio Sillero con la ayuda del historiador e Ing. Bartolomé Puiggrós, que las dos ganaderías fundacionales del Perú, hacia principios el siglo XX, son El Olivar y La Rinconada de Mala. Ambas formadas con vacas criollas y algunos toros españoles de los que venían a las corridas de Acho. Tanto El Olivar, como La Rinconada de Mala eran haciendas agrícolas cercanas a Lima que tenían ganadería de leche, de carne y de bravo. Toros de media casta de estas ganaderías fueron los que torearon en Acho matadores como Joselito y Belmonte. El ganado de El Olivar es vendido en 1928, por don Manuel Celso Vázquez a don Víctor Montero Kossut que se lo lleva a Chiclayo por tierra, a su hacienda La Viña cuyo nombre toma la ganadería. Con ese nombre debuta en Acho en 1934 en un cartel en el que estaban los novilleros Pepe y Manolo Bienvenida. Lo mismo sucede con La Rinconada de Mala que es vendida por su dueño, don Jesús Alberto de Asín a don Humberto Fernandini, de la hacienda Yéncala, hacia el año 1940. Yéncala trae más adelante sementales españoles de Murube. Esta añosa ganadería de Rinconada de Mala fue fundada en 1834 por don José de Asín y Castañeda, de descendencia navarra, y manejada después por su hijo don Jesús de Asín y Rivero, y posteriormente por el retoño de éste, don Jesús Alberto de Asín hasta 1940 (otros autores citan hasta 1943), fecha en que se la vende al chiclayano ganadero don Humberto Fernandini, propietario de la dehesa de Yéncala (de divisa roja y verde).

En Mala a unos 80 km al sur de Lima, los señores Asín en la llamada Rinconada de Mala, vuelven a rehacer lo que quedo de la guerra con Chile, quienes utilizaron ese valle y el de Lurín a uno 30 km de Lima como sus campamento, cruzaron vacas criollas seleccionadas con sementales españoles muchas veces de toros que venían para lidiarse como ya hemos dicho. La Ganadería de Yéncala, ubicada al igual que La Viña en el Departamento de Lambayeque, se formó en 1943 con vacas de la Rinconada de Mala y San José de La Molina con el semental "Cocinero". Los primeros productos fueron "ásperos" con mucho genio y bravos para el caballo, por estas características, tuvieron que ser mejorados con simiente de Carlos Urquijo. Su propietario fundador, don Humberto Fernandini, la llevó celosamente hasta el año 1969 en que fue repartida a los trabajadores de la hacienda bajo las Leyes de Reforma Agraria que fueron impuestas por el Gobierno de la época. A fines de la década de los 80, don Abraham Guevara Martínez compra todo lo que queda de esta dehesa y la lleva a Cajamarca para formar la nueva ganadería de JESUS.

Historia de la Plaza de toros en El Callao:


El Callao tuvo una y muy especial plaza de toros. Este coso ocupo el lugar en que hoy existen la serie de casitas mandada construir por la Beneficencia Pública del Callao, cerca del desaparecido Hospital Guadalupe; y la parte cercana, del que en algún momento ocupo el Jardín Schiantarelli. Hasta comienzo de los 900, todavía se exhibían los tapiales y muro de dicha plaza de toros, como un recuerdo de lo que fue. En esa plaza se dieron corridas muy notables, por diestros de “gran copete”, y toros de reconocida bravura. La entrada era una bicoca… un real a 2da. Y cinco reales a 1era. ¡¡¡Que tiempos!, ¡¡¡Hoy se paga fuertes sumas, se calienta la mollera hasta ponerse roja, y, paga una “sentada padre” viendo torear carneros y chivatos!!! Como ciertas instituciones públicas como: Municipal y Beneficencia andaban de mala situación de fondos, se valía de erogaciones y medios honestos para hacer frente a su presupuesto. Así la beneficencia Pública del Callao, en el año 1861, mando construir la plaza, para la lidia de ganado en el lugar arriba mencionado. Este coso muy irregularmente trabajaba, ya sea por la falta de diestros, ganado y por quien se hiciera de las finanzas correspondientes, ya que la Beneficencia daba el local por condiciones tales que, le produjese fondos a fin de atender gastos institucionales. Así siguió funcionando hasta 1878 y después volvió al decaimiento, hasta que se convirtió en jardín Schiantarelli y lugar de residencia, que mando construir la Beneficencia para ser habitados por los empleados municipales; por eso se llamo “Barrio Municipal” ó también conocido como “Barrio Garibaldi”. Tal vez, para muchos chalacos, le es raro escuchar sobre el Hospital Guadalupe, el cual existió al final del paseo Garibaldi, el cual fue destruido para dar pase a la conexión de la entonces nueva avenida Dos de Mayo con la avenida Guardia Chalaca. Para mayor información, aquí una breve reseña histórica: “En 1832 los padres descalzos Fray José Ramón Rojas (padre Guatemala) y Fray José Martín Prieto construyen junto a la capilla y anexo a ella un pequeño hospital con seis…camas, al cual bautizarán con el nombre de Guadalupe y que de manera caritativa empezará a atender a los enfermos del Callao, en especial a marineros que arribaban al puerto, sosteniéndose con las limosnas de la feligresía porteña. El 16 de junio de 1850, fue ampliado el hospital, albergando 20 camas, por tal motivo, fue reinaugurado. Por el año 1861 se inauguro el paseo Garibaldi, por tal razón el hospital fue trasladado al final de dicho paseo y vuelto a fundar el 8 de diciembre de 1865; en donde permaneció hasta que fue destruido por los años 60’, para dar pase a la conexión de la recién inaugurada Av. Dos de Mayo, y, conectarla con el ovalo de la Av. Guardia Chalaca. En la cuadra de Paz-Soldán, existió una antigua caballeriza (1897) con el nombre clásico de “El Caballo Negro”. Allí se instalo una pequeña plaza de toros, de propiedad de un señor Montani. Este fue muy aficionado a la suerte de “cuchares” y en 1892, hizo su debut en la plaza de Acho. Nuestra historia de Tauromaquia, ya tiene inscrito como torero a un joven Montani, será descendiente del señor Montani, del “Caballo Negro”?. A mediados de la estación de verano del año 1865, se celebraba la fiesta taurina, en la plaza de toros del Callao, en la que, con la concurrencia de un batallón del ejército, daba mas animo a la fiesta, porque los despejos era muy del agrado del público. Allí se veía la agilidad del soldado para la lucha a la bayoneta, su movimiento por batallón y por compañías; al toque de cornetas unas veces, y otras en ataque con arma blanca, solo se sentía un rumor insignificante, que se llamaba al “compas de la muda”, era unisonó, cada soldado parecía estatua en su firmeza y en sus movimientos rápidos, seguros, eran hombres resorte, sin un solo desacierto. De allí que, cada vez que se anunciaba la corrida de toros con despejos, la concurrencia era enorme, especialmente de la juventud de aquella época, a quien tanto agradaba el ser militar. Esa tarde que se hacia la corrida de toros había, pues, juego de esgrima, música y toro ensillado. La cuadrilla estaba compuesta de los toreros Arredondo, Ortiz, Monteblanco, Juan García, Juan De La rosa Asin, Jorge Asin y Antonio Romero, haciendo de banderillero el célebre “Pichilin”. Dirigía la cuadrilla Arredondo, que recibía al toro muy bien enjalmado; para dar muestra de su serenidad y valentía ante el público, mientras lo capeaba, se ponía a fumar un cigarro; el toro ensillado lleno de banderas de las naciones y con fuegos artificiales en su cuerpo, que lo enfurecía al toro y lo hacia recorrer la plaza alocadamente. ¡Hay del infiel torero que pescara en su carrera, era alma de la otra vida! Los toros que les llamaban “Asines”, los soltaban con los ojos vendados y el matador Juan García, también se vendaba los ojos para mandar al matadero a su toro. De cómo salió esta temeridad, no podría contarles, pues el cronista no nos da cuenta de ello. Además se lanzaban globos de papel y a cierta altura derramaba mixtura sobre la concurrencia de la plaza, como complemento a tan deliciosa tarde.
Fuente:
https://myqueridobarriofrigorifico.wordpress.com/category/callao/

PAELLA (XXXX - 1882)

Solo para efectos ilustrativos

Bous al carrer en honor a San Cristófor en Picassent, Valencia

Cortesía del sitio web: http://.hortanoticias.com

El 15 de julio de 1882, en la localidad valenciana de Picassent, dejaba de existir un aficionado apodado “Paella”, que fue corneado en la región pectoral. (Fuente: Crónica de don Juan José de Bonifaz Ybarra, de su obra “Victimas de la Fiesta” Capitulo 7, Página 188.

MANUEL GALLARDO GUTIÉRREZ (1840 - 1882)

Solo para efectos ilustrativos

Picador de toros nacido en El Puerto de Santa María (Cádiz) el 17 de septiembre de 1840, era  hijo del famoso varilarguero Juan Gallardo. Abandonó el oficio de tonelero para picar toros, y a pesar de la oposición de sus padres, salió por primera vez a picar  el 25 de diciembre de 1856 en la Plaza Real, contando sólo dieciséis años. Después de esto siguió ejerciendo en novilladas celebradas en plazas andaluzas, especialmente en la provincia de Cádiz, por lo que debió torear en la Plaza Real. En Madrid aparece su nombre en un cartel del año 1861, así como en 1862. Sin embargo, Manuel Gallardo trabajó muchos otros años en el circo madrileño, pero parece que no contaba con muchos admiradores, de ahí que la mayoría de las veces actuase, según parece, como reserva. Recortes refiere que no se presentó en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla hasta el 13 de septiembre de 1868, agregado a la cuadrilla de Jaqueta, cuando éste aún era novillero, por lo que nos extraña mucho que habiéndolo hecho en Madrid tardase hasta tener veintiocho años de edad para presentarse en Sevilla, y este año, en una corrida de novillos. En la Real Maestranza Sevillana salió el 13 de junio de 1869. En una biografía publicada por El Tío Jindama, en 1878, afirma que hasta ese año picó a las órdenes de Manuel Domínguez. En provincias actuó mucho agregado unas veces a la plantilla de José María Ponce, del Gordito o de Hermosilla. El 11 de agosto de 1872 sufrió una grave cogida en Jerez de la Frontera, corneándole el toro después de caer del caballo, ocasionándole una herida de seis pulgadas de extensión en la región axilar izquierda, de fuera adentro, hasta el borde externo del gran pectoral, otra superficial de una pulgada en el occipucio, lesiones que unidas a otros padecimientos, fueron la causa de que tuviera que estar alejado tres años de la profesión. En la citada corrida se dio el caso, doloroso y pintoresco a la vez, de que el público, creyendo a los matadores culpables del percance, arremetiese con gran furia contra ellos, arrojando gran cantidad de piedras y ladrillos al redondel. El 18 de mayo de1882 se dio en Valencia una corrida en la que alternaron los Manuel Hermosilla y Fernando Gómez (Gallo), siendo los toros del marqués del Saltillo. Al poner Manuel Gallardo una vara al último toro, llamado “Perrunito”, negro zaino, sufrió una grave caída que le ocasionó la fractura de una clavícula y tres costillas; la cura de este accidente fue francamente mala, ya que empujado por la falta de recursos tuvo que reintegrase a la profesión sin haberse restablecido debidamente…y aquellas contusiones terminaron mermaron sus facultades. En ese sentido, cuando el 9 de julio de 1882, actuó en una corrida celebrada en Cádiz, se resintió de la cogida de Valencia y tuvo que retirarse de la plaza antes de terminar la función. Días después, el 17 de agosto de 1882, moría el infeliz picador en su casa de Jerez. Manuel Caballero no llegó a poseer la habilidad de su padre, pero fue muy voluntarioso y seguro, entrando a los toros por derecho, aunque en ocasiones se apartaba de las suertes antes de tiempo. (Fuente: Don Juan José Zaldívar Ortega-“Los Varilargueros de El Puerto de Santa María”-2008)

 

El ilustre cronista, don Juan José de Bonifaz Ybarra,  refiere de esta víctima de la fiesta, que << el 18 de mayo de 1882, en la plaza de Valencia, el toro “Perrunito”, del hierro del marqués de Saltillo, derribó a Manuel Gallardo Gutiérrez, de la cuadrilla de Manuel Hermosilla, produciéndole, además de una fuerte conmoción cerebral, las fracturas de tres costillas y de una clavícula. Se repone de tales lesiones en su domicilio de Jerez de la Frontera e, imprudentemente, toma parte en la corrida que tuvo por marco el coso de Cádiz el siguiente 9 de julio, en la que es nuevamente derribado. Agravadas las dolencias anteriores, dejaría de existir el 17 de agosto de 1882. " 

GERARDO CABALLERO (1842 - 1882)

Solo para efectos ilustrativos

Plaza de Armas de la hermosa ciudad de Lima, Perú

Cortesía del Sitio Web: http://luizcore.files.wordpress.com

Pocas noticias nos facilita la historia de este diestro, y esta escasez de datos demuestra la poca significación que tuvo. ¿Cómo poca? Ninguna. Nació en Sevilla el 14 de mayo de 1842, y en tal ciudad se presentó como novillero el 8 de septiembre de 1865. En Madrid se dio a conocer el 15 de diciembre de 1867; pasó varios años entre Uruguay y Perú; no regresó a España hasta el año 1874, y el 6 de septiembre del mismo le dio “Lagartijo” la alternativa en Madrid, en la plaza inaugurada dos días antes, mediante cesión del toro Juriqueño, de don Anastasio Martín. En posesión de dicha alternativa marchó a Lima, donde estableció una licorería y en ella murió apuñalado, mediante una reyerta, el 31 de agosto de 1882. Fuente: (Sitio Web: http://.historiadeltorero.com)

“Don Víctor”, historiador propietario del afamado Blog taurino en la Internet: “A los Toros”, refiere de su infortunio, que << el 31 de agosto de 1882, el matador de toros Gerardo Caballero falleció a consecuencia de una puñalada que le dieron durante una reyerta en la licorería de su propiedad. Nacido en Sevilla el 14 de mayo de 1842 debutó como novillero el 15 de diciembre de 1867. Emigró a Uruguay y Perú y al regresar a España en 1874 tomó la alternativa el 6 de septiembre de ese año en la plaza de toros de Madrid, que había sido inaugurada dos días antes. “Lagartijo” le cedió el toro “Juriqueño” de Anastasio Martín; se habían anunciado seis toros de dicha ganadería, pero la noche de antes, al hacerse el encierro, se escaparon los toros y no pudieron recogerse a tiempo más que tres, que se lidiaron con otros tres de López Navarro. Francisco Arjona “Currito” actuó de testigo, Gerardo fue el primer espada que tomó la alternativa en esta plaza. Marchó de nuevo a la capital peruana ocurriendo el desenlace mencionado en principio. >>
Fuente:
http://alostoros.blogsome.com/2010/08/

LA MUERTE DEL PERRO PACO ( - 1882)

Cortesía de la Revista Sociocultural "La Alcazaba", Número 32, de Enero de 2012, Páginas 6-8
Editorial "El Perro Paco" de don José Manuel Mójica Legarre

Una de las historias más tiernas del último tercio del siglo XIX, es la del perro "Paco" que, durante algún tiempo fue testigo de excepción de la vida madrileña. Su historia no tiene desperdicio y por ello la contaremos. En la esquina entre la calle de Alcalá y la de Peligros, a unos cientos de metros del teatro Apolo, que estaba junto a la iglesia de San José, se encontraba el Café de Fornos llamado así por la familia propietaria, la familia Fornos que, en 1879, acababa de mudarse a esa ubicación desde un callejón en lo que hoy es la calle Arlabán, y de montarlo con todo lujo de detalles con reloj de dos esferas, vajilla de plata y cuadros de autores reconocidos como lo son Sala, Vallejo, Gomar, Araújo y Zuloaga. El local tenía restaurante, con entrada independiente desde Alcalá, y unos reservados en el entresuelo que estaban numerados, en los que se podía conspirar tranquilamente, ya que no cerraban en toda la noche.
Aunque Barbieri Archidona en la revista "El ruedo" sostiene que el perro "Paco" había sido propiedad de "Frascuelo", la historia cuenta que don Gonzalo de Saavedra y Cueto, marqués de Bogaraya, grande de España, hombre muy querido en la corte y persona de futuro político, pues algunos años más tarde sería alcalde de Madrid, se dirigía en compañía de sus amigos en dirección al Café de Fornos donde habían decidido cenar cuando se encontraron con un perro vagabundo de color negro que, según se supo después, dormía en las cocheras del tranvía que estaban en la calle de Fuencarral, y cubrían el trayecto de la calle de Alcalá a la glorieta de Cuatro Caminos. En ese instante nació el mito del perro "Paco". Bogaraya y los suyos, en plena juerga etílica, decidieron en ese momento, en son de broma, dar de comer al perro y entre el jolgorio general lo llevaron al Fornos, le arrimaron una silla y lo subieron encima. Una vez allí, tratándolo como a un comensal más de la cuadrilla, pidieron para él un plato de carne asada, que el perro engulló lentamente con tal mesura que todos supusieron que había recibido alguna educación. Terminada la cena, pero no las ganas de juerga, el señor marqués pidió una botella de champaña y, derramando gotas sobre la cabeza del estoico perro, lo bautizó con el nombre de "Paco". En el Madrid que no era entonces más grande que algunos barrios menores de los de hoy, la historia se conoció pronto. Tanto que, para cualquier parroquiano del Fornos que se preciase, en realidad casi para cualquier madrileño, invitar a "Paco" se acabó convirtiendo en una especie de obligación. Cada noche, el perro se dejaba caer por el Café de Fornos. Lo más curioso de este caso es que los camareros, por orden de los dueños, le dejaban pasar como a un parroquiano más y siempre había alguno que encargaba al camarero el consabido plato de carne. Al perro se le servía en una mesa, como a cualquiera y, tal y como había aprendido, se sentaba en la silla, y comía. Una vez terminada su colación, simplemente esperaba a que su mecenas de esa noche se retirase a su casa. Según cuenta Natalio Rivas, que entonces era un joven político y que aseveraba haber visto personalmente todo lo referido, quien había pagado la cena del can nada más hacer el gesto de marcharse, "Paco" le acompañaba. Caminaba el perro despacito, junto a su dueño de esos minutos, hasta la mismísima puerta de su casa. Nunca aceptó las muchísimas invitaciones de entrar en la casa y dormir caliente esa noche. De hecho, quienes lo intentaron refirieron que, al segundo o tercer intento de tirar del perro hacia dentro, "Paco" comenzaba a gruñir y a ponerse nervioso. Porque "Paco" era un bohemio; por alguna extraña razón necesitaba volver cada noche a las cocheras del tranvía y rascar el portalón con la pata hasta que el guarda le abriese. Lo realmente increíble de "Paco" es que de la costumbre de ser admitido como un parroquiano más en el Café de Fornos pasó a ser admitido en los espectáculos públicos. "Paco" iba, en efecto, al teatro Apolo. Le dejaban entrar. Si había butaca libre, en ella se sentaba. Si estaba el teatro lleno, siempre había dos espectadores que se apretaban un poquito para dejarle sitio. Y allí se quedaba, viendo la representación, hasta que terminaba, aullando si a la gente no le gustaba el espectáculo. Una vez acabada la función, se dirigía al Café de Fornos para que alguien le invitase a cenar; pero lo que más le gustaba a "Paco" eran los espectáculos taurinos. Los días de lidia, los madrileños subían a la corrida por calle Alcalá arriba y "Paco" subía como uno más. Ocupaba una localidad como cualquiera y asistía al espectáculo de principio a fin. Al terminar las faenas, muerto el toro, le gustaba saltar a la arena y hacer unas cabriolas, para regresar a su asiento con los clarines que anunciaban el siguiente toro. A la gente eso le gustaba. Salvo a los puristas. El crítico taurino "Sobaquillo", Mariano de Cavia, escribió crónicas protestando por esos espectáculos, que consideraba incompatibles con la lidia. La tarde del 21 junio de 1882, el tabernero José Rodríguez de Miguel metido a novillero con el apodo de "Pepe el de los Galápagos" lidiaba, malamente, a uno de los toros que le había tocado en suerte. En el momento de la suerte suprema, nadie sabe por qué, "Paco", por primera vez en su vida saltó a la arena mientras el toro estaba aún con vida. Comenzó a hacer cabriolas, como reprochándole al lidiador su escasa pericia. Éste, temiendo tropezarse con el can, y para sacárselo de encima, intentó golpearle con la parte plana del estoque pero, al revolverse el perro con rapidez, recibió una estocada que lo dejó malherido en la arena. A duras penas sobrevivió "Pepe el de los Galápagos" a las iras del pueblo de Madrid, que quería lincharlo. Finalmente, el empresario teatral Felipe Ducazcal, hombre muy querido en Madrid, consiguió apaciguar a las masas, y llevarse a "Paco" para que lo cuidasen. Pero a pesar de los cuidados recibidos, nunca se recuperó y murió poco después. Tras una etapa en la que permaneció disecado en una taberna de Madrid, fue enterrado en el Retiro. Nunca llegó a reunirse dinero para hacerle una estatua que se había proyectado, no sabemos bien ni cómo era, ni dónde está enterrado. Pero "Paco" es, desde luego, un caso extraño, conmovedor porque todo el pueblo de Madrid, se aplicó a quererlo, a alimentarlo y a respetarlo. Lo que empezó como una broma terminó siendo un fenómeno de masas, pues incluso hubo avispados comerciantes que lanzaron productos «Perro Paco» y los sucesores de Rivadeneyra publicaron un libro titulado "Memorias autobiográficas de Don Paco" que eran una especie de reflexiones sobre la vida social y política atribuidas al perro. En estos tiempos que tanto se mira por la salud de los animales, ¿no sería el momento de refrescar aquella primitiva idea de levantarle un monumento al perro "Paco" que, de algún modo, fue mascota de todos los madrileños?
Fuente:
Editorial de José Manuel Mójica Legarre: "El Perro Paco"
Publicado en la Revista Sociocultural "La Alcazaba", Número 32 de Enero de 2012, Páginas 6-8

GREGORIO DE LOS SANTOS RIPAMILÁN MURILLO (XXXX - 1882)

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Ganadería de Ripamilán

Cita don Marcelino Cortés Valenciano, en una brillante editorial de su autoría titulada: Leopoldo Alas "Clarín" y las Cinco Villas, publicada en el periódico informativo municipal: "Ejea de los Caballeros"/Segunda Época/ Número 74/ Páginas 16 y 17 / septiembre-octubre de 2001, que el 28 de mayo de 1882, el rico propietario ejeano Gregorio Ripamilán fue brutalmente asesinado cuando regresaba a la villa desde sus posesiones en Escorón. El destino quiso que aquella tarde lo acompañara su sobrino Juan Callén, de tan solo catorce años, una compañía con la que no contaban los asesinos. A Gregorio Ripamilán le asestaron veinticuatro puñaladas en el cuerpo y le destrozaron la cabeza con un disparo de trabuco; al joven acompañante, que se convertía en un incómodo testigo, lo degollaron. Gregorio Ripamilán era uno de los principales contribuyentes de Ejea de los Caballeros. Además de cuantiosas tierras, era propietario de una famosa ganadería cuyos toros se lidiaban en las principales plazas de España. Incluso en el lenguaje hablado se ha conservado la expresión ¡Te crees que eres un Ripamilán! cuando alguien presume de tener dinero. A todo esto hay que sumar que Gregorio Ripamilán había sido el alcalde de la villa unos años antes, en 1870.

Fuente: http://www.ejea.es/fotos/revistasN/113474bc.pdf

A la fecha existen discrepancias respecto a la fecha en que ocurrió el abominable crimen, tal como se observa en el sitio web de la revista "Terralia"/ Editorial "Los Troncos Navarros(2)"/ "Ganaderías aragonesas con raíces de casta navarra: Murillo, Ripamilán, Ferrer"/ Octubre de 1999, donde citan que en Ejea de los Caballeros (Zaragoza), Don Severo Teodoro Murillo (con divisa encarnada) formó una ganadería con las reses del país y después de varios años con muy buenos resultados durante el siglo XIX, lidiando sus toros en Aragón, Navarra, Cataluña y el País Vasco, Don Gregorio de los Santos Ripamilán Murillo, primo de Don Severo, se la compró en 1864. El 24 de septiembre de 1865 se lidiaron en Madrid estos toros, a nombre todavía de Don Severo y conservando el hierro de éste. Jamás ningún toro de éstos fue fogueado ni devuelto al corral por manso, lo que habla muy mucho en favor de su bravura. Don Gregorio siguió manteniendo a gran altura la reputación de sus toros, lidiándolos en Valencia, Palma, San Sebastián, Barcelona, Zaragoza y otras plazas de importancia hasta que fue asesinado, en extrañas circunstancias, el 28 de mayo de 1878, junto a un sobrino que le acompañaba. Los asesinos enviaron a la familia la oreja cortada del ganadero y no hubo forma de esclarecer los hechos ni los autores. La vacada pasó luego a su hermano Don Victoriano Ripamilán, quien se casó con Dª Mercedes Hernández. En un cartel que se conoce, el infortunado diestro Manuel García "El Espartero" lidió en solitario en Valencia, el 16 de octubre de 1887, seis toros de Don Victoriano Ripamilán. Este falleció poco después y se anunciaron toros a nombre de su viuda, quien casó en segundas nupcias con Don Pío Diego Madrazo, muy amigo de "Guerrita". Tuvieron dos hijos, que fallecieron jóvenes, por lo que la vacada pasó a familiares en segundo grado de los Hernández. Al retirarse "Guerrita" del toreo, los Ripamilán pierden influencia y finalmente se anunció durante cierto tiempo a nombre de Dª Mercedes y de su hermano Don Clemente Hernández. La ganadería degenera y va perdiendo bravura por lo que en 1908, los Hernández venden los ripamilanes a Don Manuel Lozano, de Valdelinares (Teruel). Este señor tenía ya vacas de Ripamilán y de Higinio Flores, de los Flores de Peñascosa (Albacete), además de un semental de Lizaso. Lidió en Madrid en 1912, no tuvo mucho éxito y en 1933 la ganadería la pasó a sus sobrinos Marcial y José Lozano.
Fuentes:
http://www.terralia.com/index.php?revista=10&articulo=61
http://ganaderoslidia.com/webroot/GANADERIAS/ara_lrp.htm

FRANCISCO CARLOS BATALHA (1841 - 1882)

El 15 de septiembre de 2016, recibí una amable carta del acreditado periodista y escritor de Lisboa, Portugal, Don Rui Araujo, donde me cuenta haber leído en la revista Serões - nº 53, de 1909, una editorial de D. Carlos Abreu donde narra, que, Francisco Carlos Batalla nació en Lisboa el 18 de febrero de 1841. Fue un valiente caballero hasta la temeridad. Conocía las reglas de la equitación como pocos, siendo educado en este arte por el profesor Antonio de Figueiredo, a expensas del marqués de Castelo Melhor. En el toreo fue alumno de João dos Santos Sedvem, de quien recibió las mejores lecciones, y quien tenía una real predilección para su discípulo. Valiente como era, esta calidad le hizo crear de un grupo de admiradores tan numeroso como especial que lo idolatraba, frecuentando las corridas en las que participaba. Este público era el de sol; la fanaticada fue ganada por este torero popular, que iba más allá de los límites. Por ejemplo, una tarde donde toreaba en el campo de Santa Ana con Morisca y tocando a cada artista dos toros, sus amigos y admiradores no dieron su consentimiento para que Mourisca toreara el segundo que le tocaba, prefiriendo que fuera toreado por Batalla.A pesar de las protestas, los partidarios de Mourisca no pudieron lograr que se cumpliera el programa. Batalla fue un caballero distinguido, de muchos recursos y conocimiento, más también era inmensamente infeliz. Se podría decir que durante el largo tiempo que ejerció su profesión, incluso después que los demás caballeros rejoneadores comenzaron a tener sus propios caballos, nunca tuvo un animal de verdad para los toros que fuera de su propiedad. Por otro lado, no dudaba en montar y ejercitar al primer caballo que se aparecía, y con él a salir a la arena. Y cuántas veces no lo hizo, merece la pena reconocer su valor y el sobresaliente conocimiento que poseía para montar. Una enfermedad cerebral término con la vida del infeliz artista el 7 de abril de 1882, en la casa que vivía en Escadinhas de San Lorenzo. (Fin del texto)

Queda sujeto a investigación si la enfermedad cerebral que le segó la vida a los 41 años, surgió a resulta algún golpe que se haya dado en la cabeza al caer de algún caballo y que regularmente no se atendían como era debido por el escaso avance de la medicina en esos años.
Fuente:
https://corridasbullfights.blogspot.pt/
https://corridasbullfights.blogspot.mx/

MUERE EN LA FIESTA DE SAN JUAN DEL PUERTO DE SANTA MARÍA EN 1882 ( - 1882)

Imagen antigua del paseo del Vergel del Conde en el Puerto de Santa María, Cádiz, España
http://espanafascinante.com/lugares/que-ver-en-el-puerto-de-santa-maria-historia-de-el-puerto-de-santa-maria-escapada-el-puerto-de-santa-maria/

El sábado 1 de octubre de 2016 recibí una amable carta de mi amigo, el periodista y escritor Rui Araujo, donde me hace llegar, la revista de espectáculos española "El Tío Jindama" (No 120), del domingo 9 de julio de 1882, digitalizada por la Biblioteca Nacional de España, donde citan textualmente: El día de San Juan (24 de Junio) fue cogido en el Puerto de Santa María, por el toro de cuerda que se corría con motivo de dicha fiesta, un tonelero, el cual, a causa de las heridas que recibió, falleció al día siguiente.